En las últimas semanas ha llegado a Europa una nueva ‘crisis’ de personas refugiadas. Como la invasión de Ucrania por parte de Rusia ha desplazado a miles de personas ucranianas de sus hogares, muchos países europeos han respondido con solidaridad, otorgando sin reservas a las personas desplazadas, el derecho a vivir y a trabajar. Así es como debe ser, independientemente del continente del que se está huyendo.
A principios de marzo, el ministro de migración de grecia definió a quienes huyen de Ucrania como «personas refugiadas reales», a diferencia de las personas que ingresan al espacio Schengen «ilegalmente». Durante los últimos años, hemos visto en Lesbos, cómo esta cultura de incredulidad— compartida por el Estado Griego y los estados miembros de la Unión Europea— ha destruido vidas. Las personas que vienen del Medio Oriente y África han sido reunidas en las islas de Grecia durante años mientras se procesan sus solicitudes usualmente hasta que el tribunal encuentre motivos para dudar de la veracidad de su solicitud de asilo. Entonces Europa tiene sus excusas, ya sea para deportarlas o para dejarlas varadas y sin derechos en Europa, como personas ciudadanas de segunda, viviendo para siempre en la clandestinidad.
La guerra en Ucrania ha demostrado que Europa puede actuar con solidaridad cuando hay voluntad. Pero también nos ha recordado el racismo inherente a sus valores e instituciones. Oremos para el paso seguro de todas las personas, independientemente del continente de su nacimiento.