Por Rûnbîr Sêrkepkanî (traducido por Julián Gutiérrez Castaño)
Recientemente tuve una conversación con un buen amigo camerunés. Él decía que yo soy blanco. Mientras comparaba el color de su brazo con el mio, argumentaba “mira lo blanco que es tu brazo y lo negro que es el mio”, al tiempo que sonreía de oreja a oreja. Esta era la primera ocasión en la que alguien me categorizaba como blanco.
Hay personas en los Montes Zagros y en Mesopotamia, de donde provengo, que son rubias, más pálidas que otras, o pelirrojas, pero yo nunca he sido categorizado como una de ellas. Mi abuelo era rubio, pero tenía ojos negros. Sus genes no parecen que hayan pasado mucho del color de piel a nosotros. Algunos de nosotros heredamos la forma de su nariz, su testarudez y otras características, pero el color de nuestra piel atraviesa tonalidades cafés que van del trigueño al moreno.
Cuando fui a Suecia en el 2004 descubrí que ser blanco o negro no tiene mucho que ver con el color de nuestra piel. De un momento al otro, ya no era un hombre joven con la vitalidad de quienes apenas comienzan la adultez, lleno de sueños de aventuras e ideas revolucionarias. No, instantáneamente me había convertido en un “cabeza negra” u “oriental”. Existen muchas teorías sobre el significado de la palabra “blatte”*. Una hipótesis es que proviene de la palabra rumana “blawto” o “blato”, la cual significa “hombre azul” u “hombre negro”. Otra explicación argumenta que proviene del verbo “plattra”, el cual se utiliza para marcar a las personas que hablan sin ningún sentido o cuyo lenguaje es ininteligible. Otra teoría la conecta con la palabra griega “barbar”, la raíz del adjetivo español “bárbaro”.
Junto con todas las personas que tienen cabello negro, diferentes tonos de piel café o negra provenientes de América del Sur, África, el Medio Oriente, Asia del Sur y Europa del Sur, yo fui categorizado como “blatte” [oriental] en Suecia. Antes de preguntar mi nombre, las personas cuestionaban de dónde era. “¿Cuánto tiempo llevas en Suecia?”, “¿Piensas regresar a tu país?», “¿Cuánto tiempo planeas quedarte en Suecia?”, “¿Tú país está en guerra?, ¿Es esa la razón por la que estás aquí?” Son las preguntas más comunes que la gente me hacía.
Cuando les decía mi nombre no se esforzaban mucho por pronunciarlo correctamente, mientras que si hacían mucho énfasis sobre cómo pronunciar los suyos. “Es Elizabeth, con [z] y [th]”. “Mi nombre no es Biurn, sino Björn, con Ö-Ö-Ö”. Después de esta introducción no me preguntaban por el futuro de la humanidad, qué me produce felicidad en esta vida, o cuáles son mis sueños, sino que se limitaban a felicitarme por lo bien que hablaba sueco. Ellos querían recordarme que Suecia no es mi país, que mi tierra está lejos en otra parte, y que algún día tendría que irme y regresar a esa tierra donde sea que quedara.
Mis dos mejores amigos era de Buyumbura y Sarajevo. Los tres nos encontramos encasillados en la categoría “no blanca” de la sociedad. A pesar de nuestras diferencias, los tres acordamos que íbamos en el mismo barco navegando un océano de racismo sistémico y que debíamos permanecer unidos si queríamos conservar nuestra humanidad. El grupo normativo de los blancos nunca nos invitaba a sus fiestas, nunca nos saludaba en la calle, nunca hacía ningún esfuerzo para hacernos sentir amados y bienvenidos. Así que nosotros mismos lo hacíamos. Nos sentábamos a la orilla del lago y fumábamos narguile (pipa de agua), organizábamos asados en los bosques y nos reíamos de los chistes de nuestros propios países.
Mi amigo camerunés me hacía pensar más allá de mis experiencias en Suecia. Me hizo recordar a un hombre de Sierra Leona que vive en Mitilene. Él y su esposa, quien es turca, se enamoraron en Turquía. La familia de ella los quería atrapar y asesinarlos porque él es negro. Él ha sido parado incontables veces por la policía griega porque no pueden creer que una hermosa mujer turca quiera estar con un apuesto hombre sierraleonés. Los turcos y los griegos quizás tengan una larga lista de diferencias y conflictos, pero si están de acuerdo en algo es en el racismo estructural contra las personas negras, el cual hiere y asesina gente todos los días.
Así que le dije a mi amigo camerunés que tal vez sea verdad que no soy negro y que no sufro la terrible opresión que las personas negras padecen en todos los rincones del mundo, pero tampoco soy blanco. Estaba sumergido en estos pensamientos cuando caminaba por la calle Ermou en Mitilene, cuando me encontré con una conocida griega que hizo un comentario un poco racista sobre mi apariencia, “oh, estás tan negro, te ves tan exótico”.
“Para nada soy exótico, simplemente soy un hombre bronceado y apuesto”, le respondí. No le respondí que tal vez debería ir a Suecia para que la llamen “oriental” y sintiera cuánto lastima ser exotificado, explotado, menospreciado e invisibilizado todo el tiempo.
* “Blatte” es un termino derogatorio utilizado particularmente en Suecia para referirse originalmente a los inmigrantes del Medio Oriente, pero que se ha extendido para acentuar la otredad de cualquier persona o práctica cultural. Decidimos traducir “blatte” como “oriental” para acentuar la posicionalidad especifica del autor y reconocer la carga discriminatoria que el orientalismo ha dejado en Europa.
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