A mediados de noviembre, mientras el viento sopla con fuerza, me siento sola a medianoche. Mi estrecha celda apenas tiene espacio para un animal. Cierro los ojos cada vez que la luz parpadea. Me hace sentir como si tuviera el control de algo. Me molesta, así que intento quitar la bombilla, pero está detrás de unas rejas de hierro. El olor húmedo a moho impregna todo el lugar, y el baño está justo delante de mí, en la misma habitación, sin puerta que se pueda cerrar con llave. Oigo gotas cayendo como si hubiera una nube de lluvia sobre mi cabeza. Pero, un momento, ¡eso es mi sudor cayendo! Supongo que están teniendo consideración con el clima exterior. Quizás les queda un átomo de humanidad para calentar el lugar por mí. Al menos eso es lo que pensé.
Mi ropa está hecha jirones y las manchas de sangre en mi cuerpo parecen las manchas negras de una vaca. Puedo ver la hinchazón en mi muñeca. Necesita una férula, pero parece que pasaré las noches aquí sin ningún tipo de atención médica.
Miro la luna a través de la pequeña ventana. Probablemente sea la hora de la oración del Fajr. Supongo que el este es mi Qibla – por razones obvias, la información es secreta – pero cuando me levanto para orar, todo a mi alrededor da vueltas y mi vista se vuelve borrosa.
Mi estómago sigue rugiendo después del almuerzo que comí, si es que se le puede llamar almuerzo. Una comida al día de 50 gramos de pan, unos 70 gramos de carne fría, media manzana pequeña y tres aceitunas – eso es todo lo que he comido durante los últimos diez días, desde que llegué aquí. Su intención al darme comida es la mera supervivencia.
Me resulta difícil ignorar el fuerte dolor de cabeza que tengo, así que apoyo la cabeza en el codo. Soy consciente de lo incómodo que es, pero de alguna manera me sirve como almohada. Aun así, mis intentos por dormir fracasan porque el centinela golpea la puerta cada vez que me ve cerrar los ojos.
A estas alturas, el soldado ya debería haber venido a llamarme para continuar con la investigación. Espere… Oigo sus pasos acercándose, haciendo estruendo, y su voz áspera de siempre: “Akhmad, venga aquí”.
***
Ahmad Yousef es un chico palestino de 17 años que vive en el campo de personas refugiadas de Aida, al oeste de Belén. Él solía jugar al fútbol con sus amistades en el estadio de su vecindario. Es amable y simpático, y nunca duda en echar una mano. Durante la cosecha de aceitunas, se le puede ver ayudando a todo el mundo en el vecindario.
Ahmad es el primogénito de su familia. Vive con su madre, su hermano y sus dos hermanas. Por desgracia, su familia se ha visto dividida. Las Fuerzas de la Ocupación exiliaron al padre de Ahmad a la Franja de Gaza, donde vive bajo arresto domiciliario. La situación política en Gaza es turbulenta y las Fuerzas de la Ocupación impiden la entrada en su territorio a cualquier persona con documento de identidad palestino.
Por lo tanto, Ahmad tuvo que sacrificar su educación y asumir la responsabilidad de abandonar la escuela para mantener económicamente a su familia. Su tío trabajaba en la construcción y se encargó de que su sobrino siguiera sus pasos. Pero Ahmad siempre soñó con volver a la escuela, convertirse en abogado, defender su caso y lograr que se hiciera justicia.
El Campamento de Aida está pasando por días oscuros bajo la Ocupación. Ha sido testigo de violentos enfrentamientos. Ahmed creía que resistir era existir. Pensaba que participar en los enfrentamientos era su deber patriótico. Lo veía como un asunto de defender su honor.
Por no mencionar el hecho de que, mientras las Fuerzas de la Ocupación atacaban el campamento con gases lacrimógenos, balas de goma y vehículos blindados, las personas jóvenes palestinas solo contaban con su dignidad y un puñado de piedras para defender su tierra.
El campamento fue objeto de numerosas redadas por parte de las Fuerzas de la Ocupación. Ya habían registrado el vecindario de Ahmad y su casa, pero esta vez irrumpieron en su propia habitación con la intención de arrestarlo. Fueron necesarias dos patrullas del ejército y doce personas soldado enmascaradas para entrar en su casa a las tres de la madrugada. Golpearon la puerta con sus armas y gritaron: “¡Akhmad! ¡Ríndase!”. Una vez dentro, reunieron a todas las personas integrantes de su familia en una habitación y no las dejaron salir. Las hermanas pequeñas de Ahmad se derrumbaron llorando. Uno de las personas soldado lo sacó de la cama y lo arrastró al suelo. Luego lo golpearon brutalmente, con las manos, los pies y los rifles. Lo esposaron con una abrazadera de plástico, le vendaron los ojos y lo llevaron directamente en un vehículo blindado a la Prisión de Maskobeya.
***
La pared es lo último que veo antes de salir de mi celda. Tengo los ojos cubiertos por una bolsa podrida que me colocan sobre la cabeza. Estoy esposado. Solo treinta y ocho pasos nos separan del matadero. Me vuelven a sentar en la silla torcida que se sacude cada vez que hago el más mínimo movimiento.
“Akhmad, es ústed otra vez”.
Deben de haber cambiado al investigador; su tono es más áspero que el del anterior. No sé cómo responder a esto… Cualquier respuesta podría ser interpretada como una bofetada en la cara. Mi silencio podría empeorar las cosas. Al parecer, les incita a abofetearme aún más fuerte.
“¿Por qué no responde?”
“No sé qué decir.”
“Seguro que tiene noticias e información para mí.”
“No, no lo creo”.
¡Bam! Me da una fuerte bofetada.
El investigador suspira: “No, no, Akhmad, los mentirosos van al infierno”.
¿Acaso este hombre cree en Dios? ¡Debe de estar fingiendo!
“Necesito ver a mi abogado. Ya han pasado diez días”.
“Usted no obtendrá nada hasta que nos diga cómo está usted conspirando con su padre”.
Estos tontos creen que voy a ceder. Seguirán con la tortura psicológica, la presión mental y física, tratando de destruir mis medios de resistencia, presionándome hasta que llegue al punto de quiebre y les diga lo que quieren saber. Pero no voy a obedecer. No voy a rendirme.
Él se hartó de mis evasivas, así que me colgó del techo boca abajo, colgándome por los pies. ¡Dios, qué dolor! No puedo pensar por el silbido que oigo en los oídos, el sonido de la gravedad empujando la sangre hacia mi cabeza. Ahora pesa mucho.
¡Y el frío! Me echan agua helada por todo el cuerpo. No hay habilidad alguna que me ayude a calcular cuánto tiempo he estado así. Echo de menos el calor de mi celda. Tengo los dedos de los pies y de los manos helados.
Akhmad, ¿cuál es tu conspiración? ¿Cuál es tu plan?”.
Mi lengua está paralizada y no puedo articular palabra. Siento un golpeteo por todo el cuerpo. ¡Agua helada otra vez!
“Confiesa, Akhmad, y usted será libre”.
¿Debería aceptar su oferta? ¡No, Ahmad, por supuesto que no! ¡Debes resistirte! ¡Eres fuerte! No caigas en su manipulación. Piensa en lo orgulloso que estará tu padre de tu determinación. Piensa en tu madre. Piensa en que tu sueño de justicia te espera.
Pero sigo sintiéndolo, el dolor, los gritos, los insultos, el agua helada… mi cerebro está entumecido y mi corazón late con fuerza.
¡Quiero que pare!
Escuche, Ahmad. ¿Usted oye eso?
De repente, todo se detuvo. Ahora usted puede descansar.
***
Ahmad Yousef era un joven palestino de 17 años que soñaba con ser abogado. Ahora es un mártir de la resistencia y un símbolo de resolución.


