Cuando yo tenía 16 años, mi familia heredó un terreno de mi abuelo. Mi familia sintió alegría cuando comenzaron a construir la casa de sus sueños. Pero la tierra que heredamos, está ubicada cerca de uno de los mayores asentamientos israelíes, al este de al-Khalil (Hebrón).
Cuando mi familia comenzó la construcción de nuestra pequeña casa, yo recuerdo lo felices que estábamos de que finalmente pudiéramos vivir juntes, con dignidad. Sin embargo, durante el proceso de construcción, nuestro sueño no duró mucho debido a que personas visitantes inesperadas de las autoridades israelíes se acercaron al sitio de construcción. Le entregaron a mi padre una “orden de detener la construcción”, alegando que la construcción fue construida ilegalmente y debe ser detenida o demolida, como cientos de otras casas palestinas que enfrentaron el mismo destino debido a la política del Estado.
Pregunté a mis padres sobre esta orden de demolición y me dijeron, en un tono muy sombrío y triste, que no podremos seguir construyendo la casa familiar que soñamos, ya que puede ser demolida en cualquier momento. Mis padres trabajaron muy duro y ahorraron dinero para llegar a este momento, pero no podían arriesgarse a las consecuencias legales y económicas de continuar. Recuerdo mirar a los ojos de mi padre mientras sus lágrimas caían sobre la orden de demolición, empapando el papel. Mi madre lloró y preguntó, “¿Por qué?” y “¿Adónde debemos ir? No tenemos dinero”. Yo también comencé a llorar y comencé a recoger nuestras pertenencias por si venían a demoler la casa.
Se acercaba el invierno y necesitábamos asegurar la casa, pero las autoridades israelíes regresaron y dieron otra advertencia de demolición. Pasamos el primer invierno en condiciones difíciles, casi sin ventanas ni puertas. La autoridad volvía regularmente para verificar cualquier cambio y, para contar quiénes y cuántas personas vivíamos en la casa.
Entonces los colonos israelíes comenzaron a venir a la casa todos los días, atacándonos verbal y físicamente. Los primeros días estuvimos solo nosotres, hasta que llegaron unas personas extranjeras con gorras rojas, quienes se presentaron como ECAP. Les dimos la bienvenida y nos complació mucho que la gente hubiera venido a apoyarnos y a estar con nosotres. Ese momento fue muy especial para toda la familia.
Los colonos continuaron atacándonos durante casi cuarenta días y el equipo de ECAP permaneció en nuestra casa todo el tiempo – pasaron las noches en nuestra casa y no nos dejaron nunca. Compartimos comida juntes, nuestras habitaciones, momentos especiales de Ramadán y un fuego que encendimos frente a la casa – nos convertimos en una familia.
Una noche, un colono se acercó a la casa con un hacha en la mano, trató de atacar a mi padre y mi madre intervino para evitar el ataque. El colono contactó a la policía que vino a arrestar a mi madre, pero mi padre no permitió que la policía la arrestara y, en su lugar, la policía lo arrestó a él. El equipo de ECAP permaneció cerca de la familia en ausencia de mi padre, protegiéndonos.
En otra noche, los colonos vinieron y destrozaron nuestra finca agrícola plantada con olivos, uvas, almendras y otros cultivos de temporada. Mi familia, junto con ECAP, replantaron los cultivos y otros árboles. Un ECAPero, llamado Art Gish, nos ayudó mucho. Le dije a mi padre que cultivar y sembrar es la mejor señal de vida y esperanza. Nunca olvidaré a les otres ECAPs que estaban presentes en nuestra casa en ese momento – Peggie Gish (esposa de Art), Dayyan, Pierre quien actualmente es integrante del equipo de ECAP Colombia, entre muchas otras personas.
Experimenté el enorme apoyo, la amabilidad y el empoderamiento de mi familia por parte de ECAP. Por elles hemos permanecido en nuestra casa, aunque las condiciones son duras y enfrentamos amenazas todos los días. Aprendimos a vivir, amar, esperar, resistir, adaptarnos, confiar y creer. Aprendí a ser un ser humano y comencé a apoyar a las personas de mi comunidad como persona voluntaria en instituciones locales, hasta que yo pude convertirme en una persona integrante de la familia de ECAP.
Mi primer día con ECAP fue muy especial, emotivo y duro. Fui a acompañar a les niñes a la escuela, protegiéndoles de los continuos enfrentamientos y posibles ataques de las personas soldado israelíes. Fue un período desafiante para mí y me cuestioné – ¿Cómo puedo proteger a les estudiantes? Me di cuenta de que mi rol me permite empoderar a les estudiantes y a sus familias. Yo necesito seguir y necesitamos que todes continuemos, porque hay gente que cuenta con nuestra presencia.
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