El mes pasado, Grecia fue testigo de un naufragio masivo frente a la costa de Pylos, donde 120 personas fueron encontradas muertas y más de 500 desaparecidas. Las más de 500 personas que desaparecieron en el mar—incluidas todas las mujeres y les niñes a bordo—probablemente nunca se encontrarán. Cada vez más, las personas refugiadas y las personas migrantes se ven obligadas a elegir estas rutas peligrosas a medida que las políticas de la Unión Europea se intensifican, convirtiendo las fronteras terrestres y marítimas en muros impenetrables. Los barcos no aptos para navegar continúan llenándose con cientos de personas adultas y de niñes, unas personas encima de otras, orando y esperando llegar a su destino. Si al final lo logran, porque lamentablemente no se puede dar por sentado, comienza otra lucha por la supervivencia. A lo largo de este ‘viaje’, se pierden vidas humanas de tal forma que la mayoría de las veces—sobre todo en las rutas del Mediterráneo—nunca son encontradas. Sus cuerpos desaparecen en el fondo de los mares, kilómetros bajo la superficie. Ojalá pudiéramos ofrecer condiciones decentes incluso en su muerte, y que cada existencia única a bordo pudiera ser reconocida y honrada en lugar de ser solo un número desconocido en un cementerio. Debe ser un derecho fundamental de cada ser de color, raza y clase ser enterrado con dignidad. Lamentablemente, nosotres, como comunidad global, en muchas circunstancias no podemos hacer ni siquiera este servicio básico, y estas almas simplemente permanecen como números en las listas de datos hasta que alguien las busca para archivar su nombre.
Nosotres oramos y deseamos rutas más seguras para las personas en movimiento. Cada una de estas personas es parte importante de nuestra existencia humana, en la vida y en la muerte, sin discriminación.