En mi infancia, el invierno ocupaba un lugar especial en mi corazón. Me ponía mi chaqueta gruesa favorita, guantes, gorro y botas de invierno, y me encantaba pasear bajo la intensa lluvia invernal. Cuando volvía a casa, cerraba las puertas y las ventanas y me despojaba de la ropa mojada para que mi madre la secara. Luego, ella preparaba una tibia comida y una bebida caliente, y yo contemplaba la belleza del invierno a través de las ventanas, experimentando una mezcla de amor, optimismo y sonrisas.
Sin embargo, con los años, estos sentimientos se fueron desvaneciendo al darme cuenta de que el invierno no era universalmente una estación de alegría, como lo había sido para mí. Mi afecto por el invierno menguó al observar la multitud de personas sin hogar, sobre todo en regiones asoladas por la guerra, donde el frío podía resultar mortal o provocar ahogamientos en inundaciones provocadas por la lluvia.
Aunque queda un rastro de alegría con la llegada del invierno, la estación ha perdido su antiguo encanto de pasión, amor y deleite. Con cada fría brisa y cada copo de nieve que cae, pienso en las innumerables familias que han perdido sus hogares y ahora residen en tiendas improvisadas, totalmente inadecuadas para ser habitadas. Cuando las temperaturas caen en picada, pienso en les niñes que carecen de ropa de abrigo y sufren temperaturas bajo cero, sobre todo en Gaza, una zona costera muy fría durante el invierno.
Estes niñes carecen de alimentos calientes o de acceso a agua potable para prepararse algo caliente para beber. Sus tiendas de campaña no resisten la lluvia invernal, dejando sus pequeños cuerpos empapados. Esta es la dura realidad a la cual se enfrentan.
La Ocupación Israelí persiste en alterar nuestros sentimientos hacia detalles que alguna vez fueron entrañables y que nos proporcionaban una inmensa alegría. Ahora, lo único que deseo es que concluya el invierno, acompañado de un profundo sentimiento de culpa si encuentro algún placer en el.
Mis oraciones y pensamientos se extienden a todes les que soportan las penurias del invierno. Oro, especialmente por les niñes, para quienes el invierno significa sufrimiento y frío, carentes de calor suficiente. Que reciban la ayuda y la protección necesarias para soportar el frío severo.
