En las últimas semanas, desde el 4 de marzo, integrantes del equipo de ECAP – Solidaridad con Migrantes en la Región Egea han estado presentes en los juzgados de Lesbos en solidaridad con cuatro jóvenes de Afganistán. Estos cuatro jóvenes, tras huir de su país y dejar atrás a familiares y amistades, tuvieron que cruzar las tierras y montañas de Irán y de Turquía para llegar a lo que les dijeron que sería su salida de la pobreza, las guerras y el fundamentalismo. ¡Pero no fue así! A veces parece que el mundo nunca será justo con algunas personas. Una vez que los jóvenes llegaron a Lesbos, tuvieron que permanecer en el tristemente infame campo de Moria, descrito a menudo como un infierno. La violencia era un hecho cotidiano en Moria, procedente de parte de las autoridades, pero también entre las personas atrapadas allí. El campo fue diseñado para deshumanizar y devaluar la existencia humana. Este fue el campo que se quemó hasta los cimientos en septiembre del 2020 cuando la gente que vivía allí gritó en voz alta: «BASTA YA». Aunque todo el mundo, desde las personas detenidas hasta las comunidades locales, pasando por las organizaciones de derechos humanos e incluso la mayoría de las autoridades, expresaron su alivio por su disolución, alguien tenía que asumir la culpa. Pero nadie tenía la culpa de la existencia de este campo de concentración, la culpa fue puesta directamente para justificar y redimir estas estructuras de violencia.
Fueron estos cuatro jóvenes afganos quienes, junto con otros dos menores, fueron acusados inicialmente por ello. Hace tres años, fueron condenados a 10 años de prisión, sin pruebas de actos delictivos. Jóvenes que buscaban una vida digna y llena de esperanza, en Europa sólo se encontraron con el infierno de Moria y la pesadilla de las cárceles griegas. Y no tenían a nadie que les apoyara.
Y es aquí donde nos encontramos hoy. ¿Hay realmente algo que podamos hacer? ¿Es suficiente lo que hacemos? Son tantas las veces que nos hemos sentido incompetentes en sus juicios de apelación, mientras debemos observar un proceso que sólo puede describirse como un tribunal canguro. Nos sentamos como si estuviéramos viendo una película en Netflix, escuchando al fiscal repetir descaradamente todas las narrativas racistas contra las que luchamos y nos sentimos impotentes para hacer algo más por estos hombres.
Probablemente fue importante para los jóvenes que estuviéramos presentes con ellos en el juzgado. Obviamente, fue significativo que el movimiento de solidaridad les apoyara durante todo el tiempo que estuvieron en prisión. Pudimos sonreírnos unas personas a otras. Pudimos brindarnos ánimos mutuamente. Pero, ¿alguna vez será suficiente?
Lo único que nos queda es apoyarnos unes a otres. Todo lo que podemos hacer es apoyarnos mutuamente. En solidaridad, por un mundo de paz y de justicia.