La paz no es un don reservado a unas pocas personas afortunadas

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a man walks on street

Se acerca la Navidad; para muchas personas, es una época de alegría, celebración y reflexión. Esta época reúne a las familias para apreciar el calor del amor, el espíritu de dar y la esperanza de un futuro mejor. A medida que termina el año y comienza uno nuevo, nosotres recordamos el paso del tiempo, un ciclo de días, meses y años que lleva consigo el peso de las experiencias humanas. Mientras muches de nosotres nos preparamos para las festividades, hay quienes no se alegran con las festividades porque se enfrentan a las pruebas inimaginables de la guerra, el desplazamiento y la pérdida.


Alrededor del mundo, innumerables guerras han asolado comunidades, destruido hogares y desgarrado familias. La devastación afecta a todas las personas—niñes, mujeres, ancianes, siendo les más vulnerables de la sociedad. Entre estas tragedias, la guerra de Gaza es un crudo recordatorio de la capacidad de destrucción y sufrimiento de la humanidad. La escala de muertes, desplazamientos y migraciones en Gaza no tiene precedentes. Familias enteras han sido desarraigadas, sus hogares reducidos a escombros y sus vidas alteradas para siempre. Hay niñes que ya no tienen un lugar seguro al que llamar hogar y, padres y madres que lloran la pérdida de sus seres queridos.


Con la llegada del invierno, el frío no hace sino agravar el sufrimiento. Muchas de las personas desplazadas por la guerra viven en tiendas de campaña o refugios improvisados, sufriendo exposición y desprotección a los elementos. Las simples comodidades que muches de nosotres damos por sentadas, un techo sobre nuestras cabezas, una cama caliente y una comida compartida con nuestros seres queridos, son lujos que estas familias ya no pueden permitirse. Para elles, la supervivencia se convierte en el único objetivo al que se enfrentan cada día.

No olvidemos a quienes necesitan desesperadamente compasión, solidaridad y apoyo. Extendamos nuestras oraciones y deseos más allá de nuestros círculos inmediatos, abrazando el sufrimiento de quienes soportan los horrores de la guerra.

Oremos por cada niño y niña que ha sufrido desplazamiento de su hogar, su risa silenciada por el temor y su inocencia destrozada por la violencia. Oremos por cada madre que ha perdido a sus hijes, cargando con un dolor que las palabras no pueden capturar y un corazón que nunca sanará del todo. Oremos por cada padre que lucha por mantener a su familia entre las ruinas de lo que una vez fue su hogar. Oremos por las personas ancianas que han vivido largas vidas sólo para ver sus mundos destrozados en sus últimos años.

Al reunirnos con nuestras familias esta Navidad, reflexionemos sobre el privilegio de la seguridad, el calor y la unión. Recordemos que la paz no es un don reservado a unas pocas personas afortunadas, sino un derecho que todas las personas merecen. El espíritu de la Navidad nos llama a ser la luz en la oscuridad, a llevar esperanza a quienes sufren desesperanza y a tener solidaridad con nuestres hermanos y hermanas en humanidad.

Oremos por el fin de todas las guerras. Pidamos a Dios que alivie el dolor de todas las personas que sufren el azote de la guerra y que llene los corazones de la humanidad de compasión y de amor. Que esta Navidad nuestras oraciones y acciones nos acerquen a un mundo de paz, justicia y sanación para todas las personas.

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