Un parto revela los fallos del sistema

En una remota región de la isla de Lesbos, una mujer embarazada es encontrada a kilómetros de la costa justo después de emigrar a través del Mar Egeo. ¿Por qué ella decidió esconderse en una colina de difícil acceso?
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Paramedics transfer a pregnant woman across rocky landscape

En la madrugada del 14 de febrero del 2024, treinta y siete personas llegaron al norte de Lesbos. Desembarcaron en una playa cercana a Kalo Limani, un minúsculo pueblo de pescadores casi desierto en invierno y rodeado de montañas. En el grupo había veinte personas adultas y diecisiete niñes, varies de elles bebés, todes de nacionalidad afgana. Al llegar a tierra firme, elles comenzaron a subir por la empinada ladera de un olivar en medio de la oscuridad. Este no era su primer intento de entrar en Grecia. En tres ocasiones anteriores, hombres enmascarados les habían obligado a punta de pistola a volver a aguas turcas. También les habían golpeado, incluso a les niñes. Sentían temor de volver a encontrarse con los hombres enmascarados.

A las 10 de la mañana, creyendo que ya había pasado el peligro de expulsiones de personas migrantes, el grupo se puso en contacto con una línea de emergencia del Centro Jurídico de Lesbos, un colectivo de personas locales que brindan asistencia jurídica. La organización informó a las autoridades griegas y al ACNUR, facilitando la ubicación de las personas migrantes. A mediodía, un reportero local llegó a la zona junto con una amistad. Una patrulla de Frontex detuvo su coche y les preguntó si habían visto a alguna persona migrante. Tras confirmar que elles buscaban al mismo grupo, la patrulla y el grupo del periodista buscaron en direcciones distintas. Una hora más tarde, la patrulla de Frontex se marchó. Las personas lugareñas se quedaron, sospechando que la ubicación facilitada podía ser inexacta, y ampliaron su zona de búsqueda.

A la 1:45 p.m., elles estaban a punto de darse por vencidas, convencidas de que las personas migrantes ya no estaban allí. Parecía probable que el grupo hubiera sido interceptado antes y detenido o devuelto por la fuerza a Turquía. En el último momento, decidieron subir al punto más alto de la zona antes de descartar por completo su presencia. Para llegar a la cima, cruzaron un río, saltaron muros, treparon por pedregales y navegaron por una vegetación sin senderos. En la cima, encontraron a las personas migrantes intentando refugiarse del frío dentro de las paredes de un granero en ruinas sin techo ni puertas. Los gritos de les niñes llenaban el aire y continuaron durante horas. Todas las personas estaban empapadas; la mayoría tiritaba. Algunas no tenían zapatos, mientras que otras se habían envuelto los pies en bolsas de plástico.

Un hombre de 45 años llamado Abdullah Arab, se acercó a las personas lugareñas, hablando un inglés entrecortado y visiblemente nervioso. Explicó que su mujer estaba embarazada y necesitaba ayuda urgentemente. Abdullah llevaba un bebé envuelto en bolsas de plástico. Tanto su ropa como la del bebé estaban mojadas. Dentro del granero, dos mujeres yacían en el suelo; una era Fareva, la esposa de Abdullah. Las demás personas adultas las rodeaban, intentando calentarlas con sus cuerpos. Fareva apenas podía hablar, respiraba con dificultad y sentía un gran dolor. Había roto aguas y las contracciones se intensificaban. Su bebé estaba en camino.

El periodista llamó al 112, el número de emergencias de la UE, para informar de la situación. A las 3:30 p.m., llegaron varios policías griegos y dos agentes de Frontex – un hombre y una mujer alemanes. “¡Les damos la bienvenida a Grecia!”, gritó el agente griego de mayor rango mientras subía con dificultad la colina. Fareva no oyó el saludo, porque estaba conteniendo las lágrimas.

La policía ordenó a las personas migrantes que salieran del granero y se sentaran fuera, junto a un muro, para hacer el recuento de personas, dejando solas a las mujeres embarazadas. El agente griego más joven contó 38 personas, mientras que el agente alemán de Frontex contó 40. No se pusieron de acuerdo sobre el número. No se pusieron de acuerdo. El recuento volvió a dar resultados diferentes. Fareva y la otra embarazada pidieron ayuda a gritos.

El grupo llevaba casi dos días sin comida ni agua. Su agotamiento era tan extremo que un joven de 20 años llamado Jobid se desmayó y cayó de espaldas desde unas rocas, sufriendo afortunadamente sólo rasguños. Jobid llevaba varios calcetines mojados en un pie y una bolsa de plástico en el otro. A su lado, un niño lloraba en silencio, temblando de frío. La agente de Frontex empezó a gritar en un inglés con mucho acento: “¿Por qué subieron a la montaña? ¡Deberían haber esperado en el puerto! ¡Esperado en la playa!”. Las personas inmigrantes, con el rostro inexpresivo por el agotamiento, mirándole pasmades; ya que no podían entender sus palabras. Abdullah, que sabía algo de italiano por haber trabajado en la base del ejército italiano en Herat, explicó que su colaboración con la OTAN le convirtió en blanco de las amenazas de les talibanes. Según Abdullah, todas las personas integrantes de su grupo se enfrentaban a sospechas y a peligros bajo el régimen talibán.

Abdullah volvió a enfatizar en la condición de su mujer. La agente de Frontex dejó de gritar y se acercó a Fareva en el granero. Al regresar, ella volvió a gritar, esta vez pidiendo ayuda: “¿Alguien tiene experiencia en partos?”. Los bomberos intercambiaron miradas y se encogieron de hombros. La agente inició una videollamada con un amigo médico alemán, quien le dio instrucciones hasta que pudo llegar el personal médico. El otro agente alemán y un bombero la asistieron.

El comandante de los bomberos volvió a ponerse en contacto con el centro de coordinación, solicitando urgentemente una ambulancia y un equipo médico. Él admitió que, a pesar de la petición explícita, en un principio él había decidido no enviar asistencia médica porque no creía que se tratara de una emergencia real. “Las personas migrantes suelen decir que hay una mujer embarazada o alguna emergencia, y resulta que no es verdad”, dijo a uno de les agentes. Su cara parecía delatar cierto arrepentimiento por no haberles creído esta vez. Lesbos sólo tiene ocho ambulancias.

Desde el 2020, ninguna organización de rescate ha estado presente para garantizar desembarcos más seguros. La única ONG que opera en la zona, Médicos Sin Fronteras (MSF), solo interviene tras la llegada de las personas migrantes y únicamente en casos de emergencia médica, cuando los recursos lo permiten. Ese día no había ningún equipo de MSF disponible.

A las 4:30 p.m., la ambulancia se quedó atascada en el barro. Estallaron risas nerviosas cuando el jefe de bomberos gritó a un subordinado: “¡Maneja la ambulancia y sube al médico a pie!”. A las 5:00 p.m., un médico y una enfermera llegaron, mal equipades para la subida, resbalando en cada piedra con sus Crocs. Era la primera vez que se enfrentaban a una situación así.

El médico hizo un gesto a Fareva para que pujara, pero ésta le hizo señas de que ella se negaba a dar a luz allí. Tenía frío y miedo. Ninguno de los dos pudo convencerse durante un rato, al carecer de un lenguaje común para comunicarse. A las 5:30 p.m., el médico ordenó a los bomberos que bajaran a Fareva en camilla. La otra embarazada ya estaba en la ambulancia, también transportada en camilla. Mientras tanto, el resto del grupo había sido subido a furgonetas policiales con destino al campo de personas refugiadas de Kara Tepe. Los bomberos cargaron con cuidado a Fareva, quien llegó a la ambulancia sin más incidentes. Rápidamente la llevaron al hospital. El agente más joven preguntó en voz alta: “¿Contamos al bebé en el informe?”.

El bebé de Fareva y Abdullah nació sin complicaciones. Le llamaron Bilal y era el cuarto hijo de la pareja. Al mediodía del 15 de febrero, Fareva estaba sonriente pero agotada en el Hospital de Mitilene. El esposo de su compañera de habitación, Haroum, hacía de interprete entre ella y el personal médico. En la sala había otras madres, entre ellas dos congoleñas. Las seis camas estaban reservadas para personas migrantes.

Abdullah no pudo visitar a Fareva ni a Bilal durante los primeros días porque las personas migrantes recién registradas tenían prohibido salir del campamento. Aunque se lo permitieran, carecía de dinero para un taxi, y no había servicio de autobús directo de Kara Tepe al hospital. La ropa de bebé procedía de ‘NoBorder Kitchen’, un grupo solidario de base, que proporcionó dos bolsas con , guantes, mantas y otros artículos en buen estado.

El 18 de febrero, Fareva y Bilal fueron dados de alta y se reunieron con su familia en Kara Tepe. Su nueva vida en Europa había comenzado. El 2 de mayo partieron hacia Fráncfort, enviando una foto al periodista desde el aeropuerto y una frase que decía: “Adiós”.

La última conversación en la montaña reveló la verdad sobre su escondite. Cuando le preguntaron si sabía por qué las personas migrantes habían elegido un lugar tan difícil, la agente de Frontex respondió tranquilamente: “Claro que lo sé – es por las expulsiones de personas migrantes”. Las mismas expulsiones de personas migrantes que oficialmente no existen.

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