Recordamos las ocho vidas perdidas el 3 de abril en la costa norte de Lesbos — siete personas migrantes se ahogaron y un niño sigue desaparecido. Tenemos en nuestros pensamientos al padre que no sólo perdió a su esposa y a su hija aquel día, sino que fue acusado falsamente por los guardacostas helenos y encarcelado por un naufragio que estas mismas personas provocaron.
Pronunciamos estas palabras no sólo de duelo, sino también en enojo. No sólo con dolor, sino con solidaridad.
Nos negamos a aceptar un mundo en el cual las personas que huyen de la violencia son recibidas con violencia, o en el que quienes buscan refugio son perseguidas, culpadas y enterradas en el mar.
Que la justicia llegue algún día hasta estas aguas. Que las personas que murieron sean recordadas con dignidad. Que las personas supervivientes no sean silenciadas ni utilizadas como chivos expiatorios.
Y que esto no vuelva a ocurrir — aunque sabemos que ocurrirá, a menos que cambiemos.
Si hay justicia más allá de nosotres, que arraigue entre nosotres para que no se rompan más barcos por las manos destinadas a salvarles, y para que el mar deje de ser una tumba y se convierta en un pasaje hacia la vida.
Nunca más.