Para las personas palestinas, la tierra no es solo un lugar donde vivir – sino también memoria, identidad y patrimonio. Cada árbol de olivo guarda las historias de generaciones, y cada piedra susurra los nombres de quienes pasaron por esta tierra. Bajo la Ocupación, aferrarse a la tierra se convierte en un acto de rebeldía y una forma de resistencia arraigada en el amor. Perder la tierra es perder una parte de une misme, pero cuidarla, a pesar de las dificultades, mantiene viva la esperanza. La conexión de las personas palestinas con la tierra no es un apego material, sino una promesa eterna de vida y de continuidad.
Uno de los días previos al 7 de octubre, mi padre y mi familia fueron a nuestra tierra, situada en la zona de Wadi al-Shanar, cerca del asentamiento de Karmi Tzur, en la ciudad de Halhul, al norte de Hebrón, para cosechar las uvas y recoger su producción. Para nuestra familia, esta tierra es más que un espacio agrícola; es parte de nuestra historia profundamente arraigada en la zona y una extensión de nuestra identidad. Mientras estaban allí, llegaron personas soldado de la Ocupación y les interrogaron, preguntándoles: “¿A dónde van?”. Mi padre respondió con confianza que iban a sus tierras, heredadas de sus antepasados. Las personas soldado se marcharon y regresaron a su base sin más acoso.
Mi padre solía visitar sus tierras libremente y sin interferencias de personas soldado ni colonos. Araba la tierra con regularidad, cuidaba los cultivos y cosechaba las uvas sin restricciones. Para nuestra familia, la tierra es más que una fuente de ingresos; representa dignidad, pertenencia y seguridad. Es una parte integral de nuestra identidad y presencia en la región. La tierra es una fuente primaria de sustento para la familia y, tiene un profundo valor emocional y simbólico que no puede ser reemplazado. Está entretejida en nuestra vida cotidiana – un patrimonio que se conserva de generación en generación.
Uno de los días posteriores al 7 de octubre, mi padre fue al campo con mi familia para cultivar la tierra y cosechar las uvas. Alrededor de las tres de la tarde, llegó un vehículo militar israelí y bajaron siete personas soldado, algunas de ellas enmascaradas, mostrando solo los ojos. Uno de los soldados apuntó con su arma a mi papá y comenzó a gritarle en hebreo: “¿Qué haces aquí? ¿De quién es esta tierra?”.
Mi padre explicó que la tierra le pertenecía a él y que había trabajado en ella continuamente, haciendo hincapié en que era una fuente de ingresos vital para la familia y una parte importante de su patrimonio ancestral. A pesar de ello, el soldado siguió gritando en hebreo, lo que llevó a mi padre a pedirle que se comunicara en árabe o inglés, ya que no entendía el hebreo. Entonces llamaron al oficial al mando, que hablaba un árabe limitado y un inglés poco claro.
El oficial ordenó a mi padre que se sentara en el suelo, y las personas soldado comenzaron a registrarlo e intimidarlo. El oficial continuó interrogándolo en voz alta, exigiéndole pruebas de la propiedad de la tierra. Mi padre confirmó que poseía los documentos necesarios. Después de reunir toda la información que quería, el oficial dictó una orden de confiscación de todas las herramientas agrícolas que mi papá utilizaba para cultivar la tierra. Mi papá se negó a aceptar la orden, explicando que las herramientas no representaban ninguna amenaza y que eran esenciales para su trabajo.
La conversación duró casi una hora, tras la cual el agente le dio a mi padre cinco minutos para abandonar la zona, amenazándole con arrestarlo. Esto obligó a mi padre y a mi familia a abandonar la tierra a pesar de su profundo apego y de la gran importancia que tenía para elles.
Tras este incidente, las fuerzas de la Ocupación instalaron portones militares en todas las entradas a la zona, lo que hizo que solo se pudiera acceder a pie—una ruta muy peligrosa debido a la necesidad de cruzar una carretera de circunvalación. Entre los peligros se encuentra la posibilidad de que un colono atropelle a alguien que cruce la circunvalación y, en ocasiones, hay colonos a ambos lados de la carretera que atacan a cualquiera que llegue a sus tierras bajo la protección del ejército de la Ocupación. Antes del 7 de octubre, estas puertas no existían y mi padre podía llegar a las tierras en coche sin sufrir acoso ni provocaciones.
Esta experiencia demuestra que conservar la tierra no es solo un acto agrícola, sino una defensa de la identidad, la existencia y el derecho fundamental a vivir con dignidad. A pesar de las restricciones y amenazas, las personas palestinas siguen protegiendo su tierra porque encarna tanto su memoria como su futuro. La resiliencia de mi padre ante estas circunstancias refleja el verdadero significado de pertenecer: mantenerse firme ante la injusticia y preservar lo que se ha transmitido de generación en generación.
Aunque ya no puedo llegar a la tierra de mi familia, mi apego a ella nunca ha disminuido. Todo lo que sé hoy sobre esa tierra proviene de las historias que mi padre me contaba: historias sobre uvas, historias sobre la fatiga, interminables historias de amor por la tierra. La Ocupación intenta romper el vínculo que nos une a nuestra tierra colocando portones e impidiendo el acceso a la tierra. Pero lo que no saben es que la memoria es más fuerte que todas estas restricciones y prohibiciones, y que nuestro vínculo con la tierra no se borra simplemente impidiendo el acceso a ella.


