La comunidad de El Guayabo ha soportado los azotes de la insurgencia y el paramilitarismo, resistiendo con estrategias
creativas noviolentas. Ahora, una nueva generación de liderazgo está surgiendo. Foto: Caldwell Manners/ECAP.
La justicia tiene sus propios tiempos. Y la Justicia, que es otra cosa diferente a la justicia de los juzgados, tiene otros tiempos diferentes. Ambas, la grande y la pequeña, tienen una relación compleja, difícil, a veces esquivas y hasta utópicas en el medio de un conflicto armado. La Colombia de hoy está profundamente marcada por estos más de 50 años, que han formado el presente a través de la violencia, el miedo y la coerción. En esa dilación de los tiempos de las justicias, la vida se nos puede escurrir entre los dedos. Como le pasó al profesor Henry de El Guayabo, cuando un cáncer rabioso le arrebató la vida antes que la justicia siquiera asomara la nariz. Ninguna de las dos justicias.
Lxs jóvenes colombianxs tienen una difícil tarea en este largo y penoso camino de construcción de la paz con justicia social, de reconstrucción de la memoria y la verdad y de sanación de las heridas. Algunxs de ellxs toman un rol activo en sus comunidades y se involucran activamente en los procesos organizativos de resistencia a la violencia. La comunidad campesina de El Guayabo resistió al azote paramilitar y la insurgencia, y lidian con la violencia institucionalizada del Estado que vulnera derechos e ignora necesidades, estigmatizando a campesinxs y al liderazgo comunitario. “Me enorgullece ser campesina y que me llamen campesina, nunca me arrepentiría de serlo ni me da pena decir que soy campesina. Nosotrxs lxs campesinxs damos de comer a las ciudades”. María Fernanda – Mafer (19) – nació y se crió en El Guayabo, nacida en el seno de una familia con un fuerte liderazgo en la región, ahora ella brilla como una de las jóvenes lideresas de El Guayabo con creatividad y coraje.
«Estamos luchando de forma pacífica y haciendo resistencia para que no nos saquen de la tierra. Es importante dar a conocer cómo hemos permanecido todo este tiempo en nuestro territorio, donde ha habido tanta violencia. Nosotrxs utilizamos una macheta, no para matar a otro sino para cortar una mata de yuca, cortar un gajo de plátano. No para ser violentxs. Por eso me gustaría contar nuestra historia para que mucha gente se de cuenta que somos buenxs y que no nos deben tachar de guerrillerxs»
Los Acuerdos de Paz de 2016 trajeron un respiro de esperanza, una renovación de la profunda voluntad de paz del pueblo colombiano que prefiere no esconder las cicatrices dejadas por todos estos años de violencia, ni las heridas que se siguen abriendo. Durante 2018, de los 331 actos violentos del conflicto armado, el 65% involucró y afectó directa o indirectamente a niñxs y adolescentes¹. La estadística muestra una alza en comparación con el año anterior. Para Mafer, desde la firma de los Acuerdos la situación empeoró, “hay más guerra, se han visto muchos desalojos y atropellos contra nosotrxs lxs campesinxs.”
La presión de intereses privados y el desprecio por la vida de lxs olvidadxs se expresan en forma de corrupción y violencia institucionalizada, ensanchando la brecha entre las dos justicias. “Nos hemos dado cuenta que las autoridades no están de nuestro lado, ni la Alcaldía. Si no quieren estar de nuestro lado está bien, pero deben ser neutrales. Podemos tener un buen abogado pero el único que puede cambiar todo es Dios, porque aquí hay mucha corrupción.” Así es difícil mantener la esperanza. “No sé qué será de nosotrxs, veo que está empeorando. Estoy muy preocupada como jóven en la comunidad, estoy preocupada por lo que está pasando. Pero voy a seguir luchando, esto no ha acabado. Mi desafío es seguir luchando y alcanzar lo que todxs queremos, que es la tierra.” Allí donde el Estado está ausente o corrompido, la organización popular florece.
En 2017 terminó su bachillerato y soñaba con ir a la universidad. Pero un violento desalojo de sus tierras cultivadas truncó ese sueño. La crisis humanitaria impidió que su familia la apoyara. Postuló sin éxito al sistema nacional de becas, aún siendo parte de las poblaciones vulneradas, priorizadas por el sistema. “Dicen que hay muchas oportunidades pero en realidad son sólo para los que tienen palanca,” protesta. La zozobra no ha terminado, pero ella espera poder iniciar sus estudios este año. “Quiero estudiar Derecho, pero mis papá y mi mamá no tienen recursos, así que me ha tocado inscribirme para otra cosa y voy a estudiar Psicología. Mi comunidad necesita una buena abogada y nada mejor que una abogada de la propia tierra, que haya sufrido y luchado con lxs campesinxs. Y no solo por El Guayabo sino por el país, por las personas que lo necesitan.”
Ojalá que Mafer pueda estudiar lo que desea. Lo único cierto en este momento es que ella trabajará duro para que las dos justicias se hagan una y, mientras tanto lo logra, apretará fuerte el puño para que la vida no se le escurra entre los dedos.
¹ Comunicado público de COALICO: https://coalico.org/comunicado-publico-dia-mundial-de-las-manos-rojas/