Traducción: Adriana Cabrera Velásquez
Conocí a Hassan Abu Rmaileh cuando mi compañere ECAP y yo escapamos de la nube abrumadora de gases lacrimógenos cerca del retén de Saleymeh. Él nos escuchó corriendo calle abajo por donde vive y nos llamó para entrar a su fábrica de zapatos en la parte de atrás del edificio. Allí recibimos la verdadera hospitalidad palestina: un respiro, café y la oportunidad de conversar. Lo visité de nuevo luego para agradecerle y escucharlo más.
Hassan y sus cuatro hermanos, junto con sus familias, viven todos en el edificio grande sobre la fábrica que operan juntes. Uno es abogado pero no ha podido encontrar trabajo como tal. Hebrón es famoso por sus zapatos y la familia vende a establecimientos en Nablus y Jenin, así como también exporta a Dubai y otros lugares internacionalmente.
Cuando Abu Ashraf, padre de Hassan, abrió la fábrica hace más o menos cincuenta años, el área era segura, y quedaba a cinco minutos a pie del centro de la ciudad. Desde que el ejército israelí cerró la calle Shuhada en 1994, el trayecto toma 30 a 40 minutos. Y cuando un pequeño puesto militar a 100 metros se convirtió en el retén de Salaymeh hace diez años, las familias ahora deben sufrir requisas, mostrar identificación, cruzar detectores de metales para algunas veces no serles permitido el paso para llegar a la Ciudad Antigua.
El hermano de Hassan me mostró imágenes aterradoras en su celular de un jóven palestino, inmovilizado por los gases lacrimógenos afuera de la fábrica, siendo asesinado a bala por los soldados del retén quienes luego arrastraron el cuerpo de manos y pies para quitarlo del paso. Esto sucedió hace cinco años. Él dijo que tenían miedo de poner cualquier cosa en sus bolsillos en caso de que los soldados les dispararan alegando porte de armas.
Hassan teme seriamente por sus hijes. Hay incidentes recurrentes en la escuela cuando los soldados responden con granadas de gas lacrimógeno a les infantes que lanzan una o dos piedras en dirección al retén. La salud de les infantes se afecta. Él está especialmente preocupado de su hijo recién nacido, que tiene dificultades respiratorias después de inhalar gas lacrimógeno cuando tenía tres días de nacido y todavía, un mes después, no respira bien ni ha recibido la asistencia médica apropiada. “Yo siempre me levanto con el olor del gas lacrimógeno,” dice, agregando que todas las mañanas le tiene que decir a les niñes que cierren las ventanas. Abu Ashraf también tiene problemas de salud relacionados al gas lacrimógeno, en su caso afecciones en el corazón.
La mañana de mi segunda visita, Hassan había salido a pedirle a les niñez que dejaran de molestar afuera y recordó que había un bebé en la casa, y de regreso se convirtió en blanco tanto de piedras como de gases lacrimógenos.
¿Su esperanzas para el futuro? “Buena salud y buenos recuerdos,” dice. Quiere que sus hijes permanezcan hombro a hombro para cuidar la fábrica. Mirándome, agregó, “Cuéntele a la gente la verdadera historia.”
Su padre me dice, al prepararme para partir, “Necesitamos gente que permanezca en solidaridad con les palestines. Necesitamos que ustedes tomen fotos y cuenten las historias.”