La genética, el entorno y la alimentación suelen determinar la forma de nuestro cuerpo y nuestra estatura. Podemos compartir rasgos generales con nuestros hermanes o primes, o diferenciarnos de nuestres compañeres con una estatura superior a la media, una complexión más delgada o más corpulenta. Pero estas diferencias son médicamente normales y entran dentro de las tablas de crecimiento estándar. Estos gráficos miden si el crecimiento de un niñe se sitúa dentro de los valores esperados para su edad y sexo. Se considera que un niñe tiene más altura si su estatura supera el percentil 97 o si es claramente tiene varios centímetros más de altura que la media de su edad. La estatura media de un niñe de 14 años, por ejemplo, suele estar entre 150 y 155 cm.
Sin embargo, esta norma biológica no siempre se aplica únicamente desde el punto de vista médico en las sociedades. Los rasgos físicos se convierten a menudo en indicadores sociales cargados de expectativas. En la escuela, un niñe con más altura puede ser percibide como una persona con más madurez y, por tanto, se espera de que se comporte de forma más responsable o con mayor autocontrol de lo que su edad emocional le permite. Para las niñas, ser más altas puede llevar a la sociedad a verlas como mujeres adultas, y se les puede negar la libertad de actuar con la espontaneidad e inocencia de la infancia, simplemente por su aspecto.
Este desfase entre la apariencia física y la edad real puede crear confusión interna de identidad, junto con una sensación constante de ser demasiado visible. El/La niñe siente más presión a demostrar continuamente quién es y por qué actúa como lo hace. Los estudios psicológicos demuestran que les niñes que se sienten constantemente en observación por sus diferencias de aspecto suelen desarrollar lo que se denomina complejo de “público imaginario”. Sienten que todo el mundo les observa y juzga, lo que afecta su autoestima y la imagen que tienen de sí mismes.
En la sociedad palestina, estas presiones sociales se ven agravadas por la presencia de la ocupación israelí, que está profundamente arraigada en la vida cotidiana de niñes y estudiantes. Más allá de las expectativas sociales vinculadas a la apariencia, como parecer mayor o con más madurez que la edad real, las fuerzas israelíes convierten estos rasgos en motivos adicionales de restricción, castigo y denegación de derechos básicos.
Durante mi observación diaria de un puesto de control fronterizo militar israelí en Hebrón, por donde pasan las personas estudiantes de camino a la escuela, presencié una escena dolorosa. Un alumno de noveno curso se dirigía a la escuela, localizada en la parte cerrada de la ciudad. Él quería cruzar el puesto de control fronterizo para empezar el día como cualquier otro niño. A esa hora, sólo se permite el paso a estudiantes y profesores. Sin embargo, le cerraron la puerta en las narices. El retraso no fue el habitual que se produce cuando se registra a alguien que va delante. Se prolongó durante más tiempo.
El niño llamó al soldado: “Por favor, abra la puerta, no quiero llegar tarde, soy estudiante”.
“¿Por qué quiere cruzar?”, respondió burlonamente el soldado.
“Voy a la escuela”, dijo el niño.
El soldado se rió, guardó silencio y luego replicó: “Regrese, usted no tiene autorización de pasar”.
“Pero tengo que ir a la escuela”, insistió el niño.
“Pase”, le dijo el soldado. Le registró y luego le dijo: “Regrese, usted no tiene autorización de cruzar”.
El niño se regresó, derrotado y con el corazón roto. Mi compañero le preguntó por qué no le habían dejado pasar. “El soldado no creía que fuera estudiante por mi estatura”, respondió. «Incluso abrí mi mochila y le enseñé mis libros, pero me pidió mi tarjeta de identificación. No tengo, aún no tengo 16 años».
Según la ley palestina, sólo se expide un documento de identidad a los 16 años. Pero en el puesto de control fronterizo, lo que importa no es la ley ni la edad real de el/la niñe, sino el criterio de la persona soldado y cómo percibe a la persona que tiene delante. ¿Cómo se puede negar a un niño o una niña el derecho a la educación sólo por su altura, sus rasgos o una genética ligeramente diferente? ¿Cómo pueden los rasgos físicos convertirse en herramientas de discriminación y negación en un sistema que controla el movimiento palestino con todo un aparato militar?
La ocupación israelí no sólo restringe la geografía y la tierra, sino que se infiltra en la identidad personal. Infunde miedo y recelo en la mente del niño y de la niña, incluso miedo a su propio cuerpo.
Este no se trata de un caso aislado. La creciente crisis económica – agravada por la guerra contra Gaza – ha hecho que cada vez más niñes se dediquen a trabajar en la calle durante las vacaciones de verano. Hace dos semanas, cerca de la entrada de la Ciudad Antigua de Hebrón, personas soldado israelíes detuvieron a un niño que iba a comprar caramelos Halabi, algo que él vende en la calle para mantener a su familia.
Cuando llegué al lugar, su madre estaba de pie, ansiosa, sin saber qué le había ocurrido a su hijo. Le pedí algunos detalles. “Él tiene 14 años”, me dijo, «pero el problema es que es alto, parece mayor, y no se creen que sea un niño. Me dijeron que le pegaron y se lo llevaron. Pero aún es joven, de verdad, es sólo un niño. Espero que lo dejen libre».
No se trata de incidentes aleatorios. Reflejan un problema más profundo: cómo la Ocupación utiliza los rasgos físicos como método de control y dominación, cómo la apariencia se convierte en motivo de sospecha, exclusión o castigo. En una sociedad en la que estamos tratando de desmantelar los estereotipos y las expectativas ligadas al aspecto de las personas, la Ocupación refuerza los miedos, no como prejuicios sociales, sino como opresión armada y sistémica.
En todos los casos, la niñez palestina se convierte en doble víctima – de la presión social y de la opresión política – víctima de un cuerpo que no corresponde a su edad y víctima de una ocupación que ve en elles una amenaza, incluso cuando lo único que lleva es una mochila escolar o un puñado de caramelos.