Si usted mira hacia el oeste de la Ciudad Antigua de Hebrón, cruzando la alguna vez bulliciosa Calle Shuhada (donde las personas Palestinas ya no pueden caminar) y sobre el cementerio Musulmán con sus lápidas de mármol inscritas en Árabe, hay un bosque de arboles de olivos muy antiguos. Son plantados en terrazas, formadas por antiguos muros de piedra, que dan a las calles estrechas y sinuosas, y a los edificios pálidos y apretados de la ciudad. Están orientados hacia el este, como las lápidas del cementerio, dando la bienvenida al sol de la mañana que ilumina los troncos nudosos de los árboles y atraviesa sus apagadas hojas verdes.
Este lugar fue mi refugio durante mi estancia en Hebrón. Sentado debajo de un árbol, con sus raíces primigenias retorcidas debajo de mí y el sol de un nuevo día en mi rostro, me sentía momentáneamente a gusto. A esa hora de la mañana, no se escuchan los gritos de les vendedores ni los bocinazos de les conductores impacientes, solo el leve correr de los autos en las calles aún vacías. Un perro ladra, los gallos cantan y responden, las luces de la calle se apagan al unísono.
Desde aquí, en medio del canto de los pájaros, se podía sentir que este es un lugar de paz, pero sería una proeza vivir el momento o un supremo ejercicio de amnesia. Una clase magistral sobre el olvido. Se tendría que olvidar el resplandor de las luces blancas de seguridad detrás de usted donde las personas soldado israelíes tomaron un edificio que alguna vez se usó para enseñar a las personas jóvenes Palestinas sobre su cultura; olvidarse del puesto de control, con sus cien ojos y rostro de acero por el cual había que pasar para llegar hasta aquí; olvidarse de la ametralladora operada por control remoto, recién montada en sus portones, que puede disparar balas con punta de goma o munición real; olvidarse de las barras de hierro giratorias que usted tuvo que pasar una vez que las personas soldado vestidas para el combate y apenas egresadas de la escuela secundaria le indicaron que cruzara; olvidarse de poner la fotocopia arrugada de su pasaporte contra el cristal antibalas para que registren el número, vean quién es usted y de dónde es.
Más allá de esta mañana, usted también debe olvidar lo que ha presenciado en su breve tiempo aquí: niñes de primaria que sufren detención e inspección en su camino a la escuela, niñes de los colonos que escupen a sus homólogos de Palestina, personas soldado israelíes que lanzan gases lacrimógenos a niñes de Palestina que arrojan piedras por aburrimiento, frustración e ira hacia un sistema que les ha obligado a mantener la cabeza gacha en sumisión desde que nacieron. Hay que olvidar los cientos de negocios palestinos cuyas puertas fueron soldadas después de que la ciudad fuera segregada en 1997 y los cientos más que fueron cerrados por sus dueños porque ya no eran viables. Cuando las arterias coronarias de una ciudad, las calles que alguna vez prosperaron con la actividad tanto Judía como Árabe, se bloquean con muros de cemento y puertas infranqueables, el latido de su corazón se debilita y el pulso de la vida se vuelve cada vez más difícil de detectar a medida que pasa el tiempo.
Si usted puede olvidar el estado de apartheid que esta ocupación ha creado y las más de 200 personas Palestinas, incluyendo 50 niñes, asesinadas por personas soldado israelíes solo en el 2022; si usted puede olvidar todo esto y mil cosas más, entonces tal vez, solo tal vez, le engañen pensando que este olivar, con sus testigos antiguos, sensibles y silenciosos, es un lugar de paz.
En otro tiempo, me imagino que si lo fue. En otro tiempo, imagino, que podría ser una vez más.