Antes de adentrarnos en el relato de nuestra jornada en Masafer Yatta, también conocida como las Colinas al Sur de Hebrón, es esencial comprender el contexto político actual en el que se encuentra Palestina. Tras los Acuerdos de Oslo de 1993, el territorio palestino se dividió en tres zonas distintas: A, B y C. La Zona A está bajo el control de la Autoridad Palestina (AP), que prohíbe la entrada a Israel. La Zona B está administrada conjuntamente por las autoridades palestinas e israelíes. En cambio, la Zona C está bajo la jurisdicción de las Fuerzas de Ocupación Israelíes, que prohíben el acceso a las personas palestinas. Especialmente destacable es la situación en Al Jalil/Hebrón, donde, tras la trágica masacre de la mezquita de Ibrahimi, la ciudad—técnicamente parte de la Zona A- fue dividida en dos zonas: H1, bajo jurisdicción palestina, y H2, supervisada por las Fuerzas de Ocupación Israelíes.
Con este entendimiento, ahora podemos hablar de nuestro día como ECAP-Palestina en las aldeas en las Colinas al Sur de Hebrón. Estos territorios conforman una zona llamada Masafer Yatta, situada dentro de la Zona C, una zona presuntamente designada únicamente para residentes israelíes. Sin embargo, la realidad es que numerosas familias palestinas han residido allí durante generaciones, mucho antes del establecimiento de los Acuerdos de Oslo. Su reclamación a la tierra es inalterable y no tienen intención de renunciar a ella. En los últimos 40 años, las autoridades israelíes les han obligado a cambiar sus costumbres y les han desplazado directa o indirectamente. Los colonos que ocupan las tierras de los alrededores provocan y atacan a estas comunidades con regularidad. En una ocasión, los colonos envenenaron las semillas que utilizaban las personas palestinas para alimentar a sus animales, provocando la muerte de varias ovejas. También ellas tuvieron que dejar de utilizar la leche del resto de las ovejas, la que consumen y venden para obtener ingresos suplementarios. Los colonos también empezaron a invadir tierras palestinas con sus rebaños de ovejas, alegando: «donde vayan mis ovejas puedo ir yo». Esto provocó más restricciones por parte del ejército israelí, que se encargaba de la seguridad de los colonos. Sin embargo, armadas únicamente con una determinación inquebrantable, estas familias palestinas han resistido, negándose a entregar sus tierras a les invasores.
Nuestro viaje comenzó en la aldea de at-Tuwani, donde hicimos una breve visita a la ‘Operation Dove’ (Operación Paloma). Este grupo monitorea diariamente a la escolta militar israelí que acompaña a les niñes de Palestina desde las aldeas hasta las escuelas. También apoyan a les agricultores y pastores que cuidan sus tierras adyacentes a los asentamientos y puestos de avanzada. Sus esfuerzos incluyen documentar y condenar el incesante despliegue de puestos de control, detenciones, ejercicios militares y demoliciones que asolan la zona.
Nuestra segunda parada nos llevó a la aldea de al-Mufagara. Nos reunimos con una familia que nos contó la historia de su aldea y su experiencia personal de vivir en cuevas. Mohammed nos contó que, en la zona de las Colinas al Sur de Hebrón, la gente suele renovar las cuevas para vivir en ellas y conservar el resto de la tierra para cultivarla y que sus ovejas puedan consumir más hierba y trigo. Sin embargo, a medida que la comunidad crecía, elles necesitaban construir nuevas estructuras, como una escuela y un refugio para sus ovejas de la lluvia. Las cuevas tardan unos cuatro meses en construirse, así que la comunidad también buscaba una opción más fácil y eficiente para levantar estructuras.
Pero el Ejército Israelí, con la ayuda de otras organizaciones de colonos como ‘Regavim’, se asegura de que apenas haya desarrollo en la zona emitiendo órdenes de demolición. «Al asegurarse de que la gente de aquí no pueda crear las instalaciones necesarias para vivir y mantenerse, tales como ruedas hidráulicas, un generador y hospitales, obliga a la gente a marcharse», afirma Mohammad.
Lema Nazeeh, activista palestina que lleva 15 años visitando Masafer Yatta, también participó en la conversación. «Una vez, mientras presenciaba cómo el Ejército Israelí demolía la casa de una familia, me di cuenta de que la pareja que había vivido allí estaba bailando», recordó. «Me quedé estupefacta. Cuando les pregunté por qué bailaban, me dijeron que su casa ya había sido demolida antes y que el Ejército Israelí podría volver a hacerlo, así que lo único que pueden hacer es reconstruirla y quedarse aquí». El afán de esta familia por compartir su historia con el mundo dice mucho de su resistencia y determinación; las personas están unidas a sus tierras, han nacido y crecido aquí, tienen todo el derecho a vivir sus vidas en paz. Además, tienen documentos que prueban su propiedad de la tierra.
La tercera y última parada fue en la aldea de Khallet al Dabe’, no lejos de Mufagara. Aquí, 12 familias están construyendo cuevas como respuesta a las demoliciones impuestas por les invasores. Tuvimos el honor de ayudarles a excavar rocas. La comunidad nos informó de que la construcción de una cueva suele llevar de tres a cuatro meses, y la falta de vehículos y herramientas adecuadas no hace sino agravar las dificultades a las que se enfrentan.
Las condiciones en las que las personas palestinas deben persistir en su propia tierra son realmente asombrosas. Su lucha contra la implacable expansión de los asentamientos en sus inmediaciones se libra con recursos limitados, pero su valentía y dignidad siguen siendo inquebrantables. El orgullo determinado que muestran por salvaguardar su patrimonio es profundamente inspirador.