Perdido en la Traducción: dos historias de detención

¿Qué ocurre cuando una persona palestina y una persona no palestina son detenidas en las calles de Al Jalil?
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A collage of three images of a IDF detention

Nos dirigíamos a nuestra rutina diaria habitual—mis amistades palestinas y yo. Nuestro propósito era sencillo: capturar fotos y vídeos de la zona de Tel Rumeideh, en el sector H2 de Al Jalil/Hebrón. Cuando nos acercábamos a la Calle Shuhada, mi amigo palestino me instó a que continuara filmando yo solo, ya que el gobierno israelí prohibía a las personas palestinas a entrar en la calle. A pesar de mis reservas sobre aventurarme en una zona densamente poblada por colonos para filmar, dejé a un lado mis preocupaciones y me dirigí a la Calle Shuhada. No estaba haciendo nada ilegal, simplemente documentando mi entorno.

Imagínese que usted está caminando por su ciudad, ocupándose de sus propios asuntos. De repente, como salido de un sueño, o quizá de una pesadilla—un gran coche blanco frena en seco y la persona conduciendo le obliga a detenerse. Le pide su documento de identidad en un idioma que usted no entiende. Y entonces, allí estaba, en su mano izquierda, una enorme pistola que parecía proyectar una larga y espeluznante sombra. Por un momento, aquella pistola pareció gigantesca, mientras los coches que nos rodeaban se encogían. No pude evitar pensar que, si Salvador Dalí pudiera ver esto, él lo convertiría en la obra de arte más salvaje.

Esta situación me pareció extraña. ¿Por qué iba a reaccionar así un «lugareño», armado con una metralleta y con un inglés limitado, exigiéndonos el pasaporte y preguntándonos qué hacíamos allí? Yo sólo estaba grabando con mi cámara.

En ese momento, me di cuenta de que no seguir sus órdenes podría cambiar mi vida para siempre. Si me resistía, si no hacía exactamente lo que él me decía, quizá no estaría escribiendo este artículo ahora mismo. Podría estar viéndolo todo desde arriba, en un mundo totalmente distinto.

Confiando en nuestra inocencia, mantuve la compostura, accedí a las exigencias del colono sobre nuestros documentos de identidad, entregué mi pasaporte europeo y me dirigí al puesto de control militar más cercano.

Nerviosamente rebusqué en mi cartera para encontrar el documento de identidad. Al entregárselo al desconocido, me invadió una sensación de desosiego; empecé a intuir la posibilidad de que las cosas no salieran bien. Su reacción fue elocuente: el carné verde brillante que yo tenía en mi mano era una señal inequívoca de mi origen palestino. Él empezó a hacer llamadas y a hablar con distintas autoridades. ¿De dónde sacaba este tipo su poder?

Durante nuestra breve caminata hasta el puesto de control militar, observé la inquietud de mi amigo palestino. Me pidió que sujetara su cámara GoPro y ocultara la tarjeta de memoria. Al principio dudé, ya que esta acción podría acarrear problemas si se descubría. Sin embargo, se hizo evidente que si las personas soldado encontraban esta tarjeta en mi amigo palestino, las consecuencias podrían ser exponencialmente más graves para él que para mí. Oculté la tarjeta al llegar al puesto de control militar.

Mientras caminábamos, a escasos dos minutos del puesto de control militar, le entregué la tarjeta de memoria y la cámara a mi amigo italiano, instando a que documentar cualquier imprevisto. Consciente del diferente trato que reciben las personas extranjeras, yo preveía posibles cacheos, agresiones o lo que considerasen apto para mí—ya que después de todo, yo era una persona palestina. Incluso muerto, sería uno entre miles, ¡pero nosotres no somos sólo un número! Sin saber lo que nos esperaba, nos instalamos en la calle, cerca del puesto de control militar.

En ese momento llegaron varias personas soldado armadas con sus ametralladoras, quienes nos rodearon. Siguió un aluvión de preguntas: ¿Quiénes éramos? ¿Qué estábamos haciendo? ¿Por qué grabábamos vídeos? Mis respuestas fueron directas: Soy un turista que documenta la situación con neutralidad en esta compleja ciudad. Mi explicación fue fácilmente aceptada; las personas soldado me trataron con exagerada cortesía, lo que me llevó a cuestionarme sus motivaciones. ¿Eran demasiado corteses por mi origen europeo? ¿Era un intento de parecer «amables» con un turista? En cambio, mi amigo palestino recibió un trato muy diferente.

Con el corazón acelerado, las manos temblorosas y la garganta agarrotada—me encontré en medio de un número creciente de personas soldado y coches parados. Detenidos sin entender el motivo, observamos a las personas soldado reunirse a nuestro alrededor. Algunas hablaban inglés, pero no árabe. Una paradoja desconcertante: ¿Cómo pueden ellas portar armas, controlar la vida de las personas palestinas y emitir juicios sin comprender a las personas implicadas? En inglés, expliqué mis intenciones de abrir una clínica para ayudar a las personas afectadas por la violencia continua y las acciones de los colonos.

Su historia fue recibida con escepticismo, y las personas soldado intensificaron sus pesquisas, sometiéndole a una presión cada vez mayor. La tensión aumentó cuando la tarjeta de la cámara se cayó accidentalmente del bolsillo. Las personas soldado se volvieron más agresivas y optaron por involucrar a la policía pensando en una posible detención.

La sospecha crecía; estábamos rodeados de personas soldado, colonos y vehículos. Nuestras explicaciones cayeron en oídos escépticos. El interrogatorio continuó, exacerbado por las versiones divergentes y por la llegada de la policía.

El agente cogió mi pasaporte e hizo una señal a mi amigo palestino para que le acompañara hacia su coche. En ese momento, temí que detuvieran a mi amigo o algo peor. Aun así, mantuve la compostura, pensando en el peor de los casos: la deportación a mi país de origen.

Una calma interior luchó contra mi creciente ansiedad; esta detención me pareció más leve debido a experiencias anteriores. Tiempo atrás, fui detenido con compatriotas palestinos, ahora en compañía de un extranjero, el riesgo de un trato severo parecía menor.

Tras los interrogatorios individuales, el agente me llamó a su presencia. Él planteó preguntas y detectó incoherencias entre nuestras historias. Su actitud se tornó hostil, acusándome de espía y advirtiéndome a revelar la verdad. Mantuve la compostura, inspirándome en mi interior, y le expliqué que no era más que un turista que grababa vídeos y hacía fotos dentro de los límites de la ley.

La policía y las personas soldado mostraban comportamientos diversos—¿eran amables o se dejaban llevar por la presencia de mi compañero extranjero? ¿Pueden coexistir la amabilidad y la opresión? Las personas soldado ejercían el poder de controlar, armadas con pistolas que podían acabar con vidas, aunque también ofrecían consuelo y agua si nosotros íbamos a beber. Este contraste chocaba con mis recuerdos del trato que dieron.

Tras unos momentos de pánico, el agente nos informó de que podíamos marcharnos. ¿Es normal esta hiper-militarización? ¿Por qué se enfadó tanto el agente para luego dejarnos marchar? ¿Cuál era su intención? Tal vez mis acciones fueran molestas para el gobierno israelí, aunque no ilegales. A lo largo de estas experiencias, no dejé de reconocer mi suerte por poseer la nacionalidad italiana. El trato que recibí fue distinto, y el peor resultado posible para mí habría sido la deportación. ¿Puede mi amigo compartir el mismo sentimiento? ¿Puede él soportar diariamente el temor de que la captura de imágenes pueda llevarle a la cárcel?

Con la aspiración de un futuro mejor, concluyo mi relato sobre la detención. Un futuro sin incursiones militares, que ofrezca visitas a museos para comprender la historia del apartheid de Israel y la opresión que sufren las personas palestinas. ¿Podría transformarse el muro del apartheid en un lugar conmemorativo que arroje luz sobre la experiencia palestina? Imaginar un mundo en el cual las personas refugiadas palestinas encuentren hogares acogedores en Palestina y, puedan visitar y vivir en sus propiedades, suscita esperanzas—aunque inciertas. En medio de esta incertidumbre, yo reflexiono: ¿Seré testigo de la libertad o de cómo la próxima generación de personas palestinas seguirá sufriendo, sentada junto a mis antepasados?

Imagino una ciudad donde la gente, especialmente las personas musulmanas, puedan vivir libremente sin el constante miedo de que su cultura sea suprimida. Una ciudad en la que caminar por las calles no implique vivir la experiencia de sometimiento a escáneres invasivos y a chequeos corporales por parte de las personas soldado extranjeras sin un motivo aparente. Me imagino el casco antiguo de Hebrón sin la presencia de puestos de control militar, donde les comerciantes puedan mostrar con orgullo sus productos en un vibrante ambiente de mercado. Imagino una ciudad en la que les niñes puedan ir a la escuela sin la inminente presencia de personas soldado, y en la cual no tengan que enfrentarse a bombas ni a gases lacrimógenos. En mi visión, me veo paseando por las calles de Hebrón con mis amistades, capturando momentos sin el miedo constante a ser detenido por el simple hecho de hacer fotografías.

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