En las afueras del pueblo de Kato Tritos, en Lesbos, se encuentra lo que se conoce como el «cementerio musulmán». Pero la realidad es un poco distinta. Las personas enterradas allí no son todas musulmanas; o al menos no podemos saber si lo son, porque la mayoría no están identificadas. Pero son personas extranjeras, e incluso después de la muerte, parece que tienen que distinguirse de las personas locales. La identidad musulmana, al parecer, basta para que las personas locales se distingan de todas las demás.
Los hombres, mujeres y niñes que yacen en ese cementerio son víctimas de las políticas fronterizas europeas y griegas. Víctimas de naufragios; personas que no pudieron pasar de suelo turco a lo que pensaban que sería una tierra segura en Lesbos. Un cementerio mucho más grande que la mayoría de los cementerios de la isla. Ciento noventa y siete tumbas, y, ¡más de cien de ellas son de “personas desconocidas”!
Cuando comenzó la «crisis de las personas refugiadas» y empezaron a llegar cadáveres a las costas de la isla con regularidad, la comunidad local empezó a tomar decisiones sobre dónde enterrar a estas personas. Sus reacciones llevaban implícito el miedo al extraño, incluso después de la muerte. Como si sus antepasados enterrados en los cementerios locales pudieran estar contaminados por los «cuerpos desconocidos» enterrados cerca de elles.
El ayuntamiento tomó una decisión para que todo el mundo pudiera estar tranquilo. Proporcionarían un campo, a unos 30 kilómetros de la ciudad principal, donde se podría enterrar a todas estas personas desconocidas. Durante muchos años, los entierros se llevaron a cabo con la ayuda de grupos de voluntarios locales. Para la mayoría de las víctimas, la única señal del lugar de enterramiento era una lápida con una tarjeta en la que se leía “Hombre/mujer/niño/niña desconocido/a” seguida de la fecha del fallecimiento. Cubierto de polvo y hierba, usted no podría distinguir el uso real del terreno de la carretera junto a él. Tal vez ése fue el objetivo.
Amistades y familiares de las personas desaparecidas en los naufragios acudían a visitarles, sin saber cuál podía ser la tumba de sus seres queridos. Caminaban sobre las tumbas. Derramaban una lágrima por cada una de las personas. Todes son sus hermanos y hermanas, sus madres y padres, sus amistades y compañeres.
Todas estas personas fueron asesinadas, sin darles la oportunidad de contar su historia. Y tan ciegamente como fueron asesinadas, así son enterradas. A nadie le importa su historia.
Afortunadamente, el aspecto del cementerio ha cambiado radicalmente en los últimos meses, gracias al esfuerzo de algunas organizaciones y personas voluntarias. Se ha cortado la hierba y se ha quitado el polvo de las tumbas. Se intenta dar al menos un poco de dignidad a quienes nunca sentirán la acogida del lugar que pregona la democracia y los derechos humanos. Un cartel tiene escrito «Memorial de la Humanidad» intentando recordarles a las personas visitantes que esto no es sólo un cementerio. Cada tumba es una tragedia. Una tragedia para la humanidad. Una tragedia para todas las personas que nunca consiguieron hacer lo suficiente. Quizá debería haberse escrito «Memorial a la Inhumanidad».
El cementerio crece con el tiempo. Y seguirá creciendo hasta que todas las personas lleguemos a comprender que no hay nada que pueda dividirnos, en la vida y en la muerte. Hasta que consigamos construir un nuevo mundo de paz y de justicia. Y nunca dejemos de orar y luchar por ello.