Mahmoud Salhab vive en Khirbat Qilqis, en sus tierras de Cisjordania, cerca de Hebrón, desde hace 63 años; desde antes de la Guerra de los Seis Días de 1967 y la posterior ocupación militar de la zona por Israel. A lo largo de las décadas, su vida y la de su familia han sido cada vez más difíciles, sobre todo desde la construcción de un asentamiento cercano en 1982. Con el aumento de las tensiones tras la guerra contra Gaza, su situación ha empeorado y ha convertido la vida cotidiana en una lucha constante por la supervivencia y la dignidad.
La construcción del asentamiento de Hagai marcó el comienzo de un capítulo largo y doloroso para Mahmoud Salhab y su familia. Desde su establecimiento han sido sometidos a hostigamiento y ataques continuos. Sus automóviles y su casa han sido objeto de vandalismo en repetidas ocasiones; las ventanas han sido destrozadas y han sido pintados con grafiti por colonos. Los colonos, que a menudo van vestidos con uniformes militares, desdibujan los límites entre el acoso civil y las operaciones militares, lo que dificulta discernir la naturaleza de la amenaza. Esta confusión no ha hecho sino aumentar el miedo y la inseguridad en la región.
El impacto de estos ataques ha sido grave. Cinco miembros de la familia de Mahmoud Salhab han sido hospitalizados debido a las heridas sufridas durante las agresiones de los colonos. Además de la violencia física, la familia también ha sido objeto de detenciones arbitrarias con el pretexto de la «detención administrativa». Esta práctica permite la detención de personas sin cargos ni juicio, a menudo durante días o semanas, durante los cuales suelen ser golpeadas y maltratadas. Estas detenciones sirven como herramienta de intimidación, un recordatorio constante de la dinámica de poder en juego en la región.
La situación alcanzó un punto crítico el 25 de octubre tras el estallido de la guerra en Gaza. La tensión en la zona era palpable y culminó con la detención de Mariam, la hija de Mahmoud Salhab. Les soldados se la llevaron con el pretexto de una «detención administrativa», pero lo que siguió fue una experiencia terrible que ningún ser humano debería soportar. Mariam fue sometida a torturas psicológicas y físicas durante tres días de intensos interrogatorios. Les soldados se pararon sobre su espalda durante horas de tal manera que le hicieron perder el conocimiento en múltiples ocasiones. A pesar de pedir atención médica desesperadamente, le negaron incluso los cuidados más básicos.
El calvario de Mariam no terminó con el interrogatorio. Estuvo detenida durante un mes y cinco días en condiciones terribles. La celda en la que la metieron estaba sucia con vómito de otras reclusas aún sin limpiar. No cambiaron las sábanas y el inodoro no tenía puerta, lo que la privaba de la más mínima intimidad. La comida no sólo era insuficiente, sino también de mala calidad. Mientras las celdas vecinas recibían agua para limpiar sus espacios, a Mariam y a otras compañeras de celda se les negó deliberadamente esta necesidad básica, un claro acto de acoso aleatorio y selectivo.
El frío invierno no hizo más que agravar el sufrimiento de Mariam. Cuando la detuvieron, se la llevaron en pijama y, a pesar de sus peticiones, no le permitieron recibir ropa más abrigada de casa ni a través de su abogado. El frío, unido a la humillación de verse obligada a someterse a controles físicos completamente desnuda, fue un infierno para ella y otras compañeras de celda. Sólo se le permitía salir de su celda una hora al día, sin indicación alguna de cuánto duraría su detención. El día de su liberación fue repentino y sin ceremonias; les soldados simplemente llegaron y la llevaron afuera sin ninguna explicación.
A pesar de los horrores que padeció, las condiciones de Mariam fueron mejores que las de las mujeres de Gaza, que recibieron un trato aún más duro. Sus celdas estaban desprovistas de todos los servicios básicos, incluso sin mantas ni colchones. La diferencia de trato entre las personas detenidas de distintas regiones destaca aún más el carácter arbitrario y discriminatorio del sistema de detención.
La semana pasada, el 23 de agosto, los colonos, de nuevo disfrazados con uniformes militares, destrozaron sus coches y pintaron con aerosol «Venganza por el 7 de octubre» en su propiedad. La familia denunció los incidentes a la policía que lo documentó todo, pero hizo poco por detener el acoso continuo. La falta de acción efectiva por parte de las autoridades ha erosionado la confianza de la familia en cualquier forma de protección o justicia. Esta desconfianza no es infundada; históricamente las autoridades han hecho poco o nada para hacer frente a la violencia de los colonos la cual permiten que persista sin control alguno.
La violencia va más allá de las agresiones físicas y las detenciones. El año pasado, a la familia de Mahmoud Salhab se le prohibió cosechar sus olivos que son una fuente crucial de ingresos. Se vieron obligados a recoger las aceitunas al amparo de la noche y así corrieron el riesgo de sufrir nuevos ataques. Este año esperan que se les permita cosechar las aceitunas de sus tierras.
La historia de Mahmoud Salhab y Mariam es una de tantas en Cisjordania donde las familias se enfrentan a amenazas constantes contra sus vidas, sus propiedades y su dignidad. A pesar de los inmensos desafíos, Mahmoud Salhab y su familia mantienen su resiliencia, y se aferran a su tierra y a su modo de vida. Sin embargo, la incesante presión de los colonos, agravada por la falta de protección de las autoridades, plantea una pregunta inquietante: ¿Vivirán alguna vez en paz? La respuesta es incierta, pero lo que está claro es el profundo y duradero impacto de la ocupación en las vidas de la gente común como Mahmoud Salhab y su familia.