No es fácil ser mujer en Palestina. Hay algunas cosas que determinan automáticamente mi rol de género. La sociedad me impone expectativas, insiste en que cumpla con sus fantasías sobre mi existencia y espera que cumpla mi rol a la perfección.
Una de las presiones más intimidantes para las mujeres es la maternidad. En circunstancias normales, esta experiencia es aterradora y está llena de miedos y pesadillas. ¿Y si no soy lo suficientemente buena para ser madre? ¿Y si no estoy preparada para esta responsabilidad? ¿Y si pierdo mi identidad y tengo que dejar mi carrera en suspenso? ¿Y si mi cuerpo nunca vuelve a ser como antes?
Pero por encima de todas esas preocupaciones está: ¿Cómo voy a ser madre bajo la ocupación?
Durante años, la ocupación ha intentado borrar la identidad palestina y nuestra relación con esta tierra, destruyendo nuestra humanidad y nuestro sentido de la vida. Toda esa destrucción comienza al nacer.
La ocupación no solo tiene como objetivo confiscar tierras, sino también remodelar la maternidad en los corazones y las almas de las mujeres. La maternidad siempre se ha considerado una de las cosas más importantes que se pueden hacer en esta vida. Esta experiencia debería traer alegría, pero este momento se les ha arrebatado a las mujeres.
La idea de perder a mi hijo a manos de personas soldado mercenarias me consume la mente las veinticuatro horas del día. No estoy casada y mi hijo es solo un pensamiento en mi imaginación, sin embargo, ya estoy preocupada por mi futuro hije, asesinade a sangre fría por el simple hecho de ser persona palestina. Tengo que encontrar la manera de vivir con mi dolor y agonía anticipados. Sin embargo, no quiero darle a la ocupación la satisfacción de quebrantar mi voluntad de resistir en esta tierra, así que tengo que parecer siempre fuerte y valiente.
Me preocupa que mi hije pueda ser sacado de mi regazo y llevado a la oscuridad de un calabozo, donde nunca más volverá a ver la luz de la vida y la esperanza. Como madre, estaría constantemente preguntándome cómo estará. Me pregunto si sus comidas pasarán de ser maklouba (un plato tradicional palestino) a migajas de comida podrida. O si su último recuerdo de un buen olor será el jazmín de nuestra puerta.
Temo que mi futuro hijo pueda perder sus sueños de ser lo que quiera ser. O que sus posibles detenciones le roben 20 años de juventud y no le quede tiempo suficiente para alcanzar sus sueños. En este escenario, me preocupa que, tras 20 años en prisión, quizá no reconozca a mi propio hije. Años de desigualdad y abusos le conviertan en un ser humano irreconocible. No puedo imaginar la idea de no reconocer más a mi propia carne y sangre. O al revés. Quizás mi propio hije ya no me reconozca porque pasé mis últimos años luchando contra su detención. Podría pasar toda mi vida esperando a que le liberen, esperando tener noticias suyas, esperando verlo crecer ante mis ojos, esperando escuchar su voz, esperando contarle historias sobre nuestra familia, esperando cocinar su plato favorito, esperando que vuelva a casa. Mientras espero, siento la culpa de vivir mi vida sin él; una alegría incompleta en la vida de cualquier madre.
El miedo continúa. Me imagino a mí misma arrestada, esposada y con los ojos vendados delante de mis querides hijes. Luego imagino nuevas prórrogas del arresto y la ansiedad de saber que mis hijes están sin su madre. Mi alma se destrozaría solo de pensar que ya no puedo criarles ni abrazarles. ¿Por qué una madre tiene que soportar esta separación?
Lo que más me atormenta es dar mi último aliento después de recibir un disparo en la cabeza, dejando este mundo sin poder despedirme adecuadamente de mis hijes.
Todos los días escuchamos muchas historias devastadoras sobre estos escenarios, y no estoy segura de si mi experiencia sería diferente. Estos escenarios que imagino son hechos reales, no una trágica obra de ficción. Son las experiencias vividas por las personas palestinas bajo la ocupación.
La pregunta sigue siendo la misma: ¿le doy a la ocupación lo que espera de mí? ¿Les dejo alcanzar sus objetivos a través de mí – borrar nuestra existencia, hacernos perder la fe en la resistencia y, despojarnos de nuestros sueños y de nuestra identidad como seres humanos y como personas palestinas? ¿Debo perder una parte de mí misma solo porque tengo miedo?
¿O debería simplemente vivir mi propia vida sin tener en cuenta la ocupación en primer lugar, resistirme porque una entidad colonial no debería ser la que controle mis decisiones? Porque también me educaron para creer que mi arraigo a esta tierra consiste en vivir la vida con dignidad y honor. Pero, ¿sería injusto para mis hijes crecer en un mundo tan aterrador, lleno de injusticias y tan alejado de la humanidad?
No sé cuál es la respuesta correcta, y no sé si alguna vez la sabré. Pero lo que sí sé con certeza es que no estoy sola en esto, tengo a mi gente conmigo. Me reconforta compartir estas preocupaciones con mujeres palestinas fuertes y ambiciosas, porque ellas también luchan con ellas.