Marilyn Paarlberg
Los narcisos habían velado para acogernos a casa.
Asimismo la vinca floreciente,
y la forsythia, como
que habían estado esperando,
cabezas alertas para el taxi del aereopuerto
que nos volcaría vuelta sobre el suelo familiar.
Nos desplomamos en el abrazo verde
de nuestro jardín casero, de la primavera,
y la promesa de las lilas
debajo de una ventana abierta.
Cayendo agradecidos a dormir
soñamos a otro paraíso
cuyo suelo aún quedaba
pegado a nuestros zapatos.
A laderas amables, a rebaños
pastando valles ancianos
en las lomas de Hebron.
Y mas anciana todavía, esa cuna de Edén
donde toda la naturaleza se alzaba en bienvenida,
donde toda la creación cantaba su Te Deum,
donde toda clase de seres prosperaban
lado a lado en Shalóm, Salaam,
antes de que algún angel oscuro
podía alzar su brazo espantoso
para desterrar.