El tejido de tiendas de campaña de la historia de Palestina

Durante más de 76 años, la tienda de lona ha acompañado la lucha palestina por la liberación, como símbolo de lo que se ha perdido y como compañera de tenacidad.
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A woman wearing a shawl stands looking toward a pile of rubble where her house once stood, holding her child who looks over her shoulder into the camera.
A family stands outside of what used to be their home which has been reduced to rubble by Israeli authories in Hebron, West Bank, on 24 December 2022.

En el tejido de la narrativa palestina está incrustado el símbolo—y el material—de la tienda de lona. Estas tiendas de las personas refugiadas se han convertido en parte indeleble de la conciencia colectiva, encarnando las experiencias vividas por un pueblo atrapado en las tumultuosas corrientes de la historia. La tienda le recuerda a las personas palestinas el profundo impacto de la Nakba, un acontecimiento que conlleva el peso de la injusticia histórica, el desplazamiento y un inquietante sentimiento de pérdida. En los pliegues de estos refugios improvisados se encuentran los ecos de un pueblo que lucha por su identidad, su pertenencia y por la cruda realidad de una patria fracturada.

En medio de la vasta extensión de la historia palestina, el tema recurrente de las tiendas de campaña de las personas refugiadas significa no sólo estructuras físicas, sino marcadores emotivos que representan la dicotomía de los sentimientos de las personas palestinas. Para las personas desposeídas, estas tiendas son compañeras en un viaje plagado de incertidumbre, ofreciendo una apariencia de estabilidad frente a la adversidad. Pero, al mismo tiempo, encarnan la dolorosa paradoja de ser a la vez, una amistad y un implacable recordatorio de la angustia asociada al abandono del hogar y de la patria.

A medida que el lienzo de esta narración se amplía, las tiendas de las personas refugiadas emergen como símbolos conmovedores, reflejando la enormidad del dolor experimentado por un pueblo obligado al desplazamiento. Este dolor resuena ya sea en la tierra ancestral de Palestina o en la diáspora, amplificando la desconcertante realidad de ver demolido el hogar propio, las obstrucciones que hacen imposible construir en tierra familiar y la búsqueda desesperada de un santuario para la familia.

En la actualidad, Gaza vive un cuadro angustioso, en el que las personas ciudadanas, empujadas por la angustiosa embestida de los bombardeos aéreos, los bombardeos con tanques y los ataques con cañoneras, se embarcan en un traicionero viaje hacia lo desconocido, buscando refugio donde la seguridad es esquiva. Mezquitas e iglesias, percibidas inicialmente como santuarios sagrados y protegidos por el derecho internacional, se transforman trágicamente en objetivos de destrucción, dejando tras de sí un paisaje marcado por las ruinas de 380 mezquitas y tres iglesias antiguas bombardeadas por la aviación israelí durante la guerra en curso.

De igual manera, los hospitales y escuelas operados por las Naciones Unidas, los cuales se suponían bastiones de seguridad, también son presa de los incesantes bombardeos, lo que subraya la sombría realidad de que actos que se han considerado prohibidos internacionalmente se convierten en permisibles para la fuerza de ocupación. La comunidad internacional, a menudo relegada al papel de observadora pasiva, es testigo de la difícil situación del pueblo palestino y no le exige rendición de cuentas a la fuerza de ocupación, con el derecho de veto que protege a los autores de la condena internacional.

Esta angustiosa huida del peligro hacia supuestos lugares de refugio, ya sean hospitales, escuelas o lugares de culto, no hace sino exacerbar el ciclo de desplazamiento e incertidumbre. La travesía, emprendido en busca de seguridad, culmina en la dura realidad de vivir en tiendas de campaña azotadas por vientos invernales, empapadas por lluvias incesantes y desprovistas de necesidades básicas como agua potable, alimentos y medicinas.

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Estas endebles tiendas de campaña adornadas con emblemas de imparcialidad también representan la ineficacia de las instituciones internacionales y del derecho internacional, que hacen poco por proteger a las personas palestinas desplazadas de las condiciones climáticas adversas o de las bombas. Sirven de testigo mudo de los desafíos polifacéticos que han definido la experiencia palestina durante desconcertantes 76 años de horrible sufrimiento, desplazamientos y matanzas, pero tropiezan con la parcialidad y se vuelven inútiles ante el poder de veto. A pesar de la construcción de cientos de tiendas de campaña y el desplazamiento de casi toda una población, el derecho internacional permanece pasivo, sin impedir estas atrocidades continuas.

Las personas ancianas, testigos de múltiples oleadas de desplazamientos, establecen paralelismos entre la situación actual y los horrores de los Nakbas históricos. Resurgen recuerdos de tiendas de campaña y de campos de personas refugiadas en tiempos de la agresión sionista, mientras declaran con pesar que la situación actual supera incluso aquellos oscuros capítulos de 1948 y de 1967, y de todas las masacres que han sufrido las personas palestinas.

Cuando las personas desplazadas buscan desesperadamente tiendas de campaña como único medio de cobijo disponible, el frío cortante del invierno se convierte en una capa adicional de sufrimiento. La mayoría de estas tiendas, mal equipadas para climas fríos, ofrecen una escasa defensa contra los implacables elementos. En plena guerra, poseer una tienda de campaña se convierte no sólo en un golpe de suerte, sino en un símbolo de supervivencia, un frágil escudo bajo el cual las familias se acurrucan en busca de calor en medio del caos.

En los confines de estos frágiles refugios, los padres abrazan a sus hijes en un intento desesperado por ahuyentar el frío cortante del invierno. La lona de la tienda de campaña es testigo de historias desgarradoras, en las que niñes con hambre y cuerpos enfermos sufren las consecuencias del agotamiento provocado por la ocupación. En este frágil santuario, los sueños de las familias pueden haberse hecho añicos, pero perdura una resistente chispa de esperanza y un amor inquebrantable por la patria, que prometen reconstruir lo que se ha perdido en la última catástrofe.

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