Desde el 7 de octubre, la agresión israelí contra Gaza ha proyectado sobre toda la región una larga y oscura sombra que ha superado toda expectativa. En Cisjordania, la combinación de la violencia de los colonos y las restricciones de la ocupación israelí ha dejado a la población palestina enfrentada a graves problemas económicos, sociales y psicológicos.
En la Ciudad Antigua de Al-Khalil / Hebrón, una de las preocupaciones más acuciantes ha sido el alarmante aumento de la violencia perpetrada por los colonos israelíes, que incluye frecuentes ataques contra viviendas, empresas y personas palestinas. La intensidad de los ataques ha mantenido a las personas palestinas en constante temor por el impacto de los daños físicos, la destrucción de sus tierras agrícolas y la pérdida de otras propiedades.
Las personas palestinas en la Ciudad Antigua de Al-Khalil / Hebrón también se enfrentan a desafíos y restricciones impuestos por las fuerzas de ocupación israelíes que han afectado la rutina diaria de los residentes, especialmente en la Ciudad Antigua y en los barrios restringidos de la zona H2 de Hebrón. Estas nuevas medidas de restricción en la zona H2 afectan directamente a los ciudadanos locales a la hora de buscar necesidades y servicios básicos, como atención médica y educación, y al cruzar los estrictos puestos de control, que han dejado a muchas personas palestinas varadas y aisladas dentro de sus propias comunidades.
Las consecuencias de la circulación restringida también han repercutido en la educación y el empleo. Las y los estudiantes de Palestina se enfrentan a diario a dificultades para acudir a las escuelas y universidades, con la amenaza constante de retrasos, registros y violencia en los puestos de control. Del mismo modo, las oportunidades de empleo se han vuelto escasas, ya que muchas personas palestinas se encuentran aisladas de los lugares de trabajo debido a las medidas de seguridad reforzadas. Las consecuencias económicas han sido graves: las personas con trabajo se han visto obligadas a marcharse por lo que la tasa de desempleo se ha disparado y ha sumido a muchas personas en la pobreza. La recuperación de la otrora pujante economía es ahora un camino largo y difícil.
El tejido social también se está deshaciendo bajo el peso de estos retos. Las familias se desgarran, las comunidades se fracturan y la confianza se erosiona. El costo psicológico para la población es incalculable, ya que el miedo constante a la violencia y la frustración por las escasas oportunidades hacen mella en la salud mental. La incapacidad de mantener a la familia genera sentimientos de frustración, desesperación y, en algunos casos, ira entre las personas palestinas, especialmente en la zona restringida H2 de Hebrón y en Cisjordania en general.
Las restricciones impuestas no sólo agravan los problemas económicos, sino que también fomentan un sentimiento de aislamiento entre las familias afectadas. El acceso limitado a recursos y oportunidades crea un entorno en el que las familias se ven obligadas a depender exclusivamente unas de otras para su sustento. Al mismo tiempo, la circulación restringida impide la integración de estas familias en redes sociales y económicas más amplias, lo que contribuye a un ciclo de aislamiento y dificultades económicas.
La frustración psicológica se manifiesta como una fuerza omnipresente, que no sólo induce a la depresión y la culpa de las personas que son cabeza de familia, sino que también da lugar a infinidad de retos familiares. Las ramificaciones de esta confusión emocional repercuten en los hogares, afectan la dinámica interpersonal y contribuyen al deterioro de los vínculos familiares.
La ocupación ha trabajado diligentemente para fortalecer su control sobre la población. Durante la reciente agresión a Gaza, este control se intensificó a medida que las quejas por la grave situación económica y la pobreza generalizada cobraban fuerza entre la población. El aumento del descontento entre las personas palestinas alimentó aún más la determinación de Israel de mantener su dominio.
En el contexto palestino, una compleja red de conflictos se ha entrelazado en el tejido de la vida cotidiana. Desde la violencia física y los abusos incesantes hasta la insidiosa coacción psicológica y económica, estas diversas formas de agresión convergen para amplificar la prevalencia de la violencia doméstica. La ocupación, con sus barreras, cierres y restricciones impuestas a las personas palestinas, actúa como catalizador de este ciclo de violencia.
La exposición continua a la violencia, ya sea en las calles de apartheid de la Ciudad Antigua o en los intrusivos puestos de control, impregna la existencia cotidiana de las personas palestinas. El espectro de la agresión se cierne sobre esas personas, ya sea por parte de los colonos o por la ansiedad generalizada que rodea a la limitada libertad para expresar sus opiniones. El simple hecho de apoyar un contenido en las redes sociales se ha convertido en una empresa peligrosa, en la que un simple «me gusta» puede dar lugar a acusaciones y repercusiones legales. Los registros de teléfonos en los puestos de control se han convertido en una barrera adicional, en la que las personas se ven obligadas a entregar sus dispositivos personales para que los inspeccionen les soldados, lo que intensifica la sensación de intrusión y violación.
Este incesante aluvión de violencia y el creciente dominio absoluto sobre la vida palestina han infundido un profundo temor en la ciudadanía. La amenaza constante de persecución y el control asfixiante de las medidas opresivas sirven de recordatorio diario de los retos a los que se enfrentan las personas palestinas en su búsqueda de una vida libre de los grilletes de la ocupación.
La continua agresión israelí a Gaza ha dejado una huella indeleble en los residentes de Cisjordania, especialmente en la Ciudad Antigua de Al-Khalil / Hebrón, donde la población se enfrenta a las devastadoras consecuencias de la violencia de los colonos y las restricciones militares. El costo económico, social y psicológico para el pueblo palestino es inmenso, ya que navega por un paisaje marcado por el miedo, la incertidumbre y la restricción de oportunidades.