Incluso nuestras personas muertas están encarceladas

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A fence bearing an Israeli flag blocking the entrance of a cemetery

En la mayoría de los lugares del mundo, visitar una tumba es un acto sencillo y profundamente humano. La gente va al cementerio, lleva flores, se sienta junto a la lápida y susurra sus penas y oraciones a quienes ya no están. Sin embargo, para las familias de Hebrón, este acto de remembranza se ha convertido en un obstáculo más en la vida cotidiana bajo la ocupación israelí. Lo que debería ser un momento privado y sagrado de duelo está ahora condicionado por órdenes militares, permisos, barreras de hormigón y un proceso burocrático que despoja de dignidad al más básico de los rituales humanos.

Un cementerio tras los puestos de control militar: a las familias de Hebrón se les niega el derecho al duelo

El cementerio de Hebrón/Al-Khalil fue, hace un tiempo, un lugar de paz donde generaciones de familias enterraron a sus seres querides. En la actualidad, una de sus entradas principales está bloqueada por enormes losas de hormigón, lo que la hace inaccesible, salvo con permisos especiales y previa coordinación con las autoridades israelíes por parte del enlace de la Autoridad Palestina.

Las normas son estrictas: nadie puede entrar libremente en el cementerio. Una familia que desee enterrar a un ser querido debe presentar primero la información de la persona fallecida – nombre completo, número de identificación y datos personales – al enlace de la Autoridad Palestina, que a su vez remite la solicitud al enlace israelí. Solo si las autoridades israelíes dan su aprobación puede procederse al entierro. Incluso entonces, el proceso está plagado de retrasos, lo que añade angustia al dolor.

En la muerte, como en la vida, las personas residentes de Hebrón se enfrentan al yugo asfixiante de la ocupación. El impacto no se limita a los funerales. Visitar la tumba de un padre o una madre, un hijo o una hija, la de un abuelo o abuela requiere coordinación.

Ahmed, de Hebrón, soñó una vez con su abuela y le dijo a su madre que quería visitar su tumba. Su familia compró flores, como hacen innumerables familias en todo el mundo cuando visitan a sus seres querides, y se dirigieron al cementerio.

Lo que les esperaba no era silencio y recuerdo, sino una puerta cerrada. Las personas residentes palestinos explicaron a Ahmed y a su madre que, sin cita previa, no podían entrar. Un vecino le sugirió a Ahmed que se quedara fuera de la puerta, recitara la Fatiha y saludara a su abuela desde lejos. Ahmed lo hizo, pero sus manos apretaban con fuerza las flores mientras las lágrimas llenaban sus ojos. No podía entender por qué le prohibían ver dónde estaba enterrada su abuela.

Para Ahmed, el dolor no solo se debía a la pérdida, sino también a la exclusión, el rechazo y un mensaje confuso: que su amor por su abuela estaba sujeto a la aprobación militar.

Antes de la Segunda Intifada y del cierre de la Calle Shuhada, que en su día fue la bulliciosa arteria central de Hebrón, se podía llegar fácilmente al cementerio. Las familias podían llegar allí en pocos minutos a pie. Durante la Segunda Intifada hubo cierres generalizados, puestos de control militar y calles segregadas, diseñados para proteger a los colonos israelíes que se habían trasladado al corazón de la ciudad.

En la actualidad, llegar al cementerio es un proceso largo y agotador. En muchos casos, implica largos desvíos que convierten un trayecto corto en una odisea de varias horas. El simple acto de visitar la tumba de un ser querido se ha convertido en una demostración de paciencia y resistencia bajo la ocupación.

La denegación del acceso a los cementerios forma parte de una política más amplia de fragmentación en Hebrón. Las carreteras están cerradas, los vecindarios están divididos y las personas residentes palestinas están rodeadas por muros y por personas soldada. La vida misma está regulada; la muerte no ofrece ningún alivio.

Castigo colectivo más allá de la tumba

La prohibición del libre acceso a los cementerios encaja en un patrón más amplio de castigo colectivo que las personas residentes palestinas de Hebrón soportan a diario. Al exigir permisos y coordinación, Israel no solo controla los movimientos, sino también la memoria, el duelo y la tradición.

El derecho al duelo está reconocido en el derecho internacional humanitario y de derechos humanos. Negar a las familias la oportunidad de enterrar y visitar a sus personas muertas con dignidad constituye una violación de estos derechos. También es una profunda afrenta a las prácticas culturales y religiosas. En el islam, como en muchas tradiciones, visitar las tumbas es un acto de respeto, remembranza y conexión, una práctica que afirma el vínculo entre las personas vivas y las ya fallecidas.

Bloquear esta práctica envía un mensaje claro: ni siquiera las personas muertas están libres del alcance de la ocupación.

Las personas residentes de Hebrón relatan dolorosas historias sobre cómo se les niega el acceso al cementerio. Una familia, tras perder a un familiar anciano, tuvo que esperar horas hasta que Israel le dio permiso para enterrar a su ser querido. Otra mujer describió cómo solo podía permanecer a cierta distancia de la tumba de su padre en el aniversario de su muerte porque necesitaba permiso para acercarse a ella.

Para muchas familias, estas negativas crean heridas duraderas. El duelo se retrasa, se distorsiona o se silencia. En lugar de un duelo privado, las familias se ven atrapadas en un sistema de permisos y prohibiciones que se entromete incluso en sus momentos más íntimos.

La cuestión del cementerio no puede separarse de la realidad más amplia de Hebrón. En otros tiempos, la Calle Shuhada era el pulmón de la Ciudad Antigua, llena de tiendas, escuelas y familias. Desde la década de 1990, se ha ido cerrando progresivamente a las personas palestinas, y grandes secciones de ella son completamente inaccesibles.

Este cierre ha aislado los vecindarios palestinos y ha dejado a las personas residentes rodeadas de puestos de control militares y enclaves de colonos. El cementerio, situado cerca de estas zonas, se ha convertido en otro lugar más sometido a la lógica de la segregación. Para proteger a unos pocos cientos de colonos, se niega a decenas de miles de personas palestinas libertades básicas, incluida la libertad de llorar a sus personas fallecidas.

En esencia, la denegación del acceso al cementerio no es solo una cuestión política o territorial, sino también profundamente humana. Ataca el núcleo mismo de lo que significa mantener las tradiciones y formar parte de una comunidad o de una familia.

El derecho internacional es claro: las potencias ocupantes deben respetar los derechos de la población civil, incluidas las prácticas culturales y religiosas. Sin embargo, en Hebrón, estos derechos se violan de forma sistemática. El control sobre los cementerios es otra herramienta más de un sistema diseñado para romper el tejido social de la vida palestina y recordar a las personas residentes que nada, ni siquiera la muerte, está fuera del alcance de la ocupación.

A pesar de las barreras, las familias de Hebrón siguen encontrando formas de honrar a sus personas muertas. Recitan oraciones desde detrás de las verjas, llevan flores a las entradas cerradas y mantienen vivo el recuerdo de sus seres queridos en sus hogares y en sus corazones. Al hacerlo, transforman el duelo en un acto de resistencia.

Negar a las personas el derecho a llorar libremente es un intento de romper los lazos que unen a las comunidades a través de las generaciones. Pero, como muestra la historia de Ahmed, incluso el anhelo de ver la tumba de su abuela puede resistir esa ruptura. Detrás de cada puerta bloqueada y cada permiso denegado se esconde una determinación inquebrantable: recordar, amar y hacer duelo, incluso bajo la sombra de la ocupación.

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