Durante estos dos largos años de agresión contra Gaza, me he encontrado volviendo constantemente a una frase del escritor palestino Ghassan Kanafani en ‘Return to Haifa’ (Regresando a Haifa):
“¿Sabes qué es la patria, Safiyya? La patria es donde nada de esto puede suceder”.
Esta frase ha vivido dentro de mí, como un eco que no deja de preguntarme: ¿qué es la patria? No sé qué significa la patria para todes ustedes, pero yo he pasado estos años tratando de definirla para mí mismo.
Hoy me he despertado con una ira intensa y ardiente, un sentimiento que llevaba dos años enterrado en lo más profundo de mi ser. Desde el martirio del periodista Anas Al-Sharif, mi ira hacia todo lo que me rodea se ha transformado en algo diferente, algo que hace que todas las frustraciones mundanas parezcan triviales. ¿Qué puede ser más duro que la pérdida? La respuesta, según he comprendido, es la sanación tras la pérdida, una herida que sigue sangrando mucho tiempo después de que el dolor haya remitido.
Como persona palestina, crecí escuchando las palabras del poeta iraquí Ahmad Matar:
“Nosotres morimos, nosotres morimos, para que la patria pueda vivir”.
Estas palabras se cantaban en los memoriales por les mártires, en las escuelas el Día de la Independencia, cada 15 de noviembre, nuestro supuesto día de celebración. Pero, ¿cómo celebramos la independencia cuando hemos vivido bajo ocupación durante 79 años? Sé que la muerte es una parte natural de la vida, el equilibrio de la existencia. Pero, ¿por qué debo morir por mi patria? ¿Por qué nuestro amor por esta tierra siempre debe medirse en términos de sacrificio? ¿Acaso morir se ha convertido en la parte más fácil de vivir?
Recuerdo cantar esto en la escuela, orgullosa e inocente, sin imaginar nunca el peso de la realidad: que el amor por la propia tierra podía exigir la vida misma, y que la libertad podía seguir siendo un sueño inalcanzable.
Libertad, una palabra que evoca paz, siempre me ha parecido complicada. Solía pensar en ella como algo personal: libertad frente a la presión social, frente al miedo interno, frente a cadenas invisibles. Pero en Palestina, la libertad no puede separarse de la justicia. Libertad y justicia para Palestina son palabras que he escuchado toda mi vida. Y aunque las noticias digan que la guerra en Gaza ha terminado, la realidad dice lo contrario. La ocupación continúa. El sufrimiento continúa. La sangre no se ha secado. Cada día resistimos, luchamos por recuperar lo que es legítimamente nuestro, y cada día perdemos almas en esta tierra. El mundo oye las cifras, pero las cifras no pueden llevar nombres, rostros ni sueños. Libertad no es solo una palabra, es un campo de batalla. ¿Cómo puede existir la justicia cuando las reglas las escriben quienes la niegan? Sin embargo, persistimos, con la esperanza de que nuestra resistencia algún día cambie el curso de la historia.
Y así, sigo preguntándome: ¿por qué debemos morir por nuestra patria? ¿Por qué la mera supervivencia debe considerarse un logro? ¿Por qué la vida cotidiana – vivir libremente, con alegría y dignidad – debe parecer un privilegio que debemos ganarnos con sangre?
Si morimos por esta tierra, ¿qué será de nuestra libertad? ¿Para quién permanecerá? Si gritamos contra la opresión, ¿cuánto tiempo podremos mantener la energía? ¿El peso del dolor, el agotamiento y la pérdida silenciarán nuestros gritos antes de que puedan llegar al mundo? Las palabras de Ahmad Matar resuenan de nuevo en mi mente:
“Deseo silencio para poder vivir, pero lo que encuentro me obliga a hablar”.
Incluso cuando nuestros cuerpos están cansados.
Incluso cuando nuestras voces tiemblan.
El acto de hablar – de gritar – se convierte tanto en un deber como en un salvavidas.
El grito no es solo sonido. Es rebeldía. Es negarse a ser borrado. Es un testimonio: de que estamos con vida y de que nuestra patria, nuestro pueblo, no serán olvidados. Es un acto moral, una reivindicación de la existencia, en memoria de las personas que han caído. E incluso cuando nuestras voces se cansan, la elección de hablar, o gritar, se convierte en una pregunta que toda persona palestina debe afrontar: ¿seremos testigos o permaneceremos en silencio?
Como escribió una vez Mahmoud Darwish:
“Amamos la vida siempre que podemos”.
Amamos profundamente esta tierra. Creemos que Alá nos ha elegido para vivir en ella por una razón, una razón que tal vez solo comprenderemos al final de nuestras vidas. Pero, mientras el agotamiento se apodera de mis huesos, solo me queda una pregunta: ¿todavía tenemos la oportunidad de soñar con la libertad?
Quizás la libertad comience en el acto de hablar, de nombrar, de recordar. Quizás en nuestro desafío, por pequeño que sea, la patria viva no solo en la tierra, sino en los corazones que se niegan a ser silenciados.


