Instantáneas de la ocupación

Una voluntaria de ECAP Palestina describe escenas de ocupación, injusticia y violencia presenciadas durante su estancia en Palestina.
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A group of Israeli soldiers guarding a street entrance

El lugar sagrado encadenado

Yo llevo pasaporte estadounidense y entré legalmente – concedido con un visado turístico de tres meses – en “Israel”. Como persona musulmana, lo primero que hice al entrar fue visitar la Mezquita de Al-Aqsa, el tercer lugar sagrado del islam. Estoy usando el hiyab, una señal visible de mi fe.

El recinto de Haram al Sharif – que abarca la Mezquita de Al-Aqsa y la Mezquita Marwani – está rodeado por doce puertas, aunque varias están cerradas a las personas musulmanas. Todas las puertas están ilegalmente bajo control israelí, vigiladas por personas soldado. Cuando llegué a la Ciudad Antigua, pregunté por la entrada más cercana y me indicaron una. Al acercarme, un soldado israelí me paró y me pidió el carné de identidad. Le entregué mi pasaporte estadounidense. Él me miró con disgusto.

“¿Es usted estadounidense?”, espetó.

“Sí”, respondí. Él tenía en la mano mi pasaporte y el visado israelí expedido apenas una hora antes.

«¿Dónde está su identificación de Cisjordania?

Confundida, le dije: “No tengo”.

Se burló. “¿Está usted segura?”

“¡Por supuesto!”

Una persona soldado femenina intervino y me preguntó de qué parte de Estados Unidos era yo originaria. Respondí y, tras un breve intercambio de palabras en hebreo, me dejaron pasar. Había mucha gente en la puerta. Tal vez supuso que yo era una estadounidense blanca convertida. Elles ya tenían suficientes personas árabes a quienes atormentar.

Un joven al que se le niega la oración

Una vez, durante el Ramadán, intenté entrar a Haram al-Sharif cuando un joven palestino, de no más de dieciséis años, se puso delante de mí. Mostró su documento de identidad, pero olvidó quitarse la mochila para la inspección. Antes de que él pudiera reaccionar, un soldado lo empujó, le dio un puñetazo en el hombro y le gritó obscenidades. El chico se quedó inmóvil. Me quedé estupefacta—incluso las demás personas soldado parecían atónitas. El soldado ladró que el chico no entraría, que no rezaría y que no se atreviera a intentarlo por otra puerta. No había ninguna razón. Sólo dominación.

Denegada por decir “Palestina”

En otra ocasión, intenté entrar en Al-Aqsa para la oración del viernes. Un soldado me detuvo y me exigió mi documento de identidad. Le entregué mi pasaporte y mi visa, explicándole que no tenía identificación de Cisjordania.

Me preguntó: “De dónde es usted originalmente?”

“Nací en Kuwait”, le dije, señalando el pasaporte que tenía en la mano.

“¿Y su madre y padre?”

“En Palestina”.

Su rostro se endureció. “¿En qué parte de Palestina?”

«Nazaret.”

“Eso es Israel, no Palestina”, espetó, empujando mi pasaporte hacia atrás. «Váyase a casa. Hoy no hay rezo para usted». Ninguna explicación. Sólo un castigo por reclamar mi herencia.

Me di la vuelta, caminando por la abrasadora Ciudad Antigua hacia la estación de autobuses. Momentos después, oí gritos—el mismo soldado, que corría tras de mí, ordenándome que tomara el camino largo fuera de las murallas, donde no había sombra, sólo una colina empinada y quemada por el sol. Su rabia era palpable.

Oración del alba, denegada de nuevo

Semanas después, reservé una habitación en la Ciudad Antigua para acceder más fácilmente a la mezquita. Una mañana me levanté a las 3:30 A.M., me duché y me dirigí a la oración del alba. En la puerta, vi que rechazaban a dos mujeres sudafricanas. Aun así, me acerqué con el pasaporte en la mano. Sin mirarme siquiera, la persona soldado me hizo señas para que me fuera.

“Sólo quiero rezar”, le dije.

“¡NO!”, gritó.

Así es como las personas soldado israelíes tratan a las personas fieles musulmanas: con humillaciones, prohibiciones arbitrarias y la cruel negación de un derecho básico— rezar en un lugar sagrado que no tienen derecho a controlar.

Vivir siendo persona palestina: el crimen de existir

Él tiene dieciséis años y estudia su décimo grado. Su único delito es ser palestino.

Al final de otra agotadora jornada escolar, él se marchó a casa como de costumbre. Su escuela está en el Campo de Aroob, donde vive con su familia. Cuando se acercaba a su casa, vio un jeep de las Fuerzas de Ocupación Israelíes (IOF, por sus siglas en inglés) rodeado por seis personas soldado. Sus ojos se encontraron con los de un soldado y, antes de que pudiera reaccionar, sonó un disparo. Un dolor punzante le desgarró el brazo.

Se puso a cubierto, sangrando abundantemente. Mientras él se arrastraba desesperadamente, una segunda bala le alcanzó el estómago. Los hombres que estaban cerca lo vieron desplomarse y lo arrastraron hasta un lugar seguro, mientras las personas soldado continuaban su macabro juego, tratando a las personas palestinas como blancos de tiro.

Milagrosamente, él llegó a un hospital. Una operación de urgencia le salvó la vida, pero la recuperación supuso más de dos meses postrado en cama. Perdió todo un año escolar, otra víctima de la ocupación.

Lea “I felt the Privilege” (Sentí el Privilegio)”, de Shahd Al Junaidi, de ECAP Palestina.

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