La gente vive con sencillez. La familia se despierta al amanecer. El padre va a su tierra a sembrar y cosechar cultivos, y criar ganado para que coma su familia. La madre prepara la comida, borda los vestidos más hermosos y espera que sus hijes regresen del Katatib1 donde ella enseñaba y que le cuenten lo que elles aprendieron hoy.
Esta historia, como muchas otras historias palestinas, habla de familias palestinas que vivían en paz y sencillez antes de que un ejército extranjero armado se las quitara por la fuerza.
Después de la Primera Guerra Mundial y de la caída del Imperio Otomano, se firmó el Tratado de Sevres entre las Fuerzas Aliadas y las personas Turcas Otomanas. Esto colocó a Palestina bajo el Mandato Británico en 1920. Entonces, el Mandato Británico y la Organización Sionista Mundial firmaron la Declaración Balfour, un acuerdo que abrió la puerta a la emigración judía para Palestina, estableció una Casa Nacional Judía y ofreció la ciudadanía palestina.
Luego, un ‘ejército’ armado ingresó al territorio palestino, estableciendo el estado israelí sobre sus ruinas a través de la matanza y limpieza étnica de personas palestinas y del desplazamiento forzado a otras partes del país.
La filosofía de las personas israelíes en ese momento—en particular del primer ministro Ben Gurion—era ‘las personas adultas mueren y les niñes olvidan’. En la actualidad, esta práctica continúa hacia las personas palestinas.
Sin embargo, el Pueblo Palestino ha rechazado todos los ataques y ha resistido, trabajando para restaurar su país y sus derechos. Han luchado con piedra, pluma e imagen, y han cultivado la idea de una resistencia continua.
Hasta los cinco años, Mohammed vivió en la aldea de Iraq Al-Manshiyah, Gaza. Él había comenzado a estudiar el primer grado en la escuela local que abrió el mismo año. Pero no pudo completar ese primer año puesto que el Ejército Israelí llegó a la aldea como parte de la Nakba en 1948.
En una conversación reciente, Mohammed dijo a ECAP Palestina: «En cada reunión familiar, siempre me aseguro de contarles a mis hijes y nietes historias de nuestro país de origen. Les describo la ubicación de nuestro antiguo hogar para que algún día regresen a el.»
Nos contó lo que pasó en su aldea cuando empezó la guerra. Los Ejércitos Egipcio y Sudanés llegaron para liberar la aldea, con su liderazgo concentrado en la aldea de Faluya. El Ejército Israelí retenía a personas en la zona de Tita, y cuando vieron venir a las personas egipcias y sudanesas, gritaron desde la cima de la montaña: «¡Mátenles, mátenles!» Muchas personas palestinas fueron asesinadas antes de que las personas egipcias y sudanesas pudieran liberarlas.
A lo largo de estos caminos volátiles, un niño pequeño sobrevivió milagrosamente. Su familia buscó un lugar seguro donde él durmiera hasta que llegaron a Hebrón. Elles vivían en Campamento Arub, donde él esperó para regresar a casa y completar su educación.
Mucha gente murió en la guerra y muchas personas abandonaron sus hogares y buscaron refugio. Las personas palestinas no tenían dinero y habían perdido su tierra. Se vieron obligadas a vivir lejos de todo lo que conocían y donde se habían criado, convirtiéndose en personas refugiadas que tenían solo recuerdos.
Fathia nació hace 50 años en el Campamento Arub, donde ella vive actualmente. Cuando se le preguntó sobre su país de origen, Fathia dijo que era de la aldea de Iraq Al-Manshiya. Ella comenzó describiendo la situación de la gente de la aldea durante la juventud de su padre. La aldea estaba formada por cuatro familias que cultivaban trigo y cebada. Cada familia poseía un salón, donde las familias se reunían y comían. Cuando llegaban personas invitadas, se les alojaba en el salón y toda la aldea se reunía para preparar la comida para las personas invitadas. Ella nos contó sobre el vestido de su tía, el cual tiene los botones de su abuela, y ella todavía lo tiene en su armario.
Fathia compartió otros recuerdos, incluyendo el día en el cual se fue en un viaje escolar. «Cuando el conductor nos explicó a dónde íbamos, dijo que pasaríamos por la aldea de Iraq Al-Manshiya. Le pedí que se detuviera de inmediato, me bajé del autobús y miré mi aldea desde lejos”, recordó. “Lloré mucho por mi aldea, por una casa con su llave, y porque quería volver a vivir allí como lo había hecho mi padre”.
Una vez, Fathia y su madre estaban hablando sobre la alea, sus habitantes y las personas vecinas que emigraron al campamento. “Ella empezó a llorar y no podía detenerse”, recordó Fathia. “Mis amistades del campamento y yo, decidimos aplicar para un permiso israelí para nuestras madres que emigraron juntas. Pero fue muy difícil porque a las personas palestinas no se les permite visitar su país de origen. Finalmente, cuando pudieron visitar, fueron perseguidas y les recordaron que eran extrañas en su tierra natal”.
Elles mueren
Y en sus corazones está la congoja por la falta de hogar
Nuestros Ancestros
Su Memoria Frente A La Cerca
Un frasco lleno de palabras
Y para nuestres abueles
En sus cálidas tumbas
Memoria Momificada
Viven en el sueño de regresar.
– Lillian Bshara Mansour
Suher es una estudiante universitaria de 22 años. Tanto ella, como su madre, nacieron en Al-Khalil / Hebrón, pero ella dice: «Soy de la aldea de Beit Jibrin, y nosotras volveremos allí algún día». Suher describe con precisión la aldea, a pesar de que nunca se le ha permitido visitarla, ella se siente como si hubiera vivido y crecido allí. El Ejército Israelí les ha negado, a ella y a su familia, incluso una única visita porque ahora está declarada zona militar cerrada.
“Mi padre y madre no vivían en el pueblo, pero nos contaron lo que pasó con sus progenitores”, dijo. “Mi tío abuelo tenía diez años cuando se fueron de ahí. Siempre le pido que me cuente todo sobre las experiencias y la vida que vivió en la aldea, y las historias que le contaban sus progenitores y parientes”.
“Conozco la aldea de Beit Jibrin, su naturaleza encantadora, montañas y extensas llanuras, y de que tiene muchas cuevas”, explica Suher. “Es famosa por el cultivo de cítricos, y en la temporada de cosecha, todas las personas se van de días de feriado—incluso les estudiantes—para cosechar la fruta y transportarla a Gaza y Hebrón. Y mientras elles me dicen todas estas cosas, me siento muy triste porque no puedo simplemente vivir en el campo y sentir su tranquilidad, ya que no tengo otra opción”.
Ella concluye diciendo: «El concepto del Derecho a Regresar no me concierne solo a mí. No soy la única que ha sido privada de Beit Jibrin. Y no es solo mi familia la que ha dejado su casa, y Beit Jibrin no es la única aldea a la cual le han quitado a su pueblo indígena. El tema del Derecho a Regresar concierne a todo un país y a personas abandonadas y despojadas de sus derechos. Toda persona tiene derecho a tener la oportunidad de irse a casa o decidir dónde quiere ir”.
Desde la invasión de Palestina en 1948, hay más de siete millones de personas refugiadas palestinas en todo el mundo. Millones de personas palestinas han nacido y viven en tierras que no son las suyas, pero siempre recuerdan que tienen tierra y volverán a ella. La llave del hogar palestino se hereda de generación en generación, de niete en niete, hasta que regresemos.
1Un lugar de culto