5 de Septiembre del 2020
Amanecer en Hebrón, Foto de Palestina: Aseel ZM Wikmedia Commons
por Esther Kern
«Es hora de levantarse», dice la voz somnolienta a mi lado. «¿Para qué?», le respondo.
«Ha amanecido, como la primera mañana. El mirlo ha cantado, como la primera ave… Mía es la luz del sol, mía es la mañana…». Mientras bebo mi primera taza de café caliente, pasa por mi mente extractos de la canción escrita por Cat Stevens mientras miro por la ventana a un cielo azul salpicado de nubes blancas cubiertas de gris en la parte inferior. Los brillantes rayos del sol rompen en el horizonte, iluminando un exuberante paisaje verde. Los pájaros cantan sus primeras canciones matutinas. Escucho el suave murmullo de voces, ya que mi pareja ha encendido las noticias matutinas de CNN, las cuales no tengo ganas de ver. La cobertura de la pandemia del Coronavirus es demasiado deprimente, debido a que el número mundial de casos y muertes aumenta cada vez más.
¡La Parca! Al recordar, lágrimas frescas me hacen arder los ojos. Este mortal virus Covid 19 se cobró la vida de Han – un amigo más grande que la vida. Un médico con manos sanadoras, mente brillante y, sobre todo, un corazón compasivo. Le encantaba desafiarnos con ideas progresistas. Él empujó los límites de la libertad, buceó con abandono y trabajó diligentemente por la justicia para todas las personas que viven bajo el yugo de la opresión. Era un hombre imponente, cuando se paraba tenía la cabeza a una altura más alta que el resto de nosotres, y su presencia siempre estuvo marcada por su voz retumbante y su risa cordial. Y aun así… él estaba quieto y escuchaba con atención y respeto a todas aquellas personas que le trajeron sus ideas, cargas, enfermedades o experiencias de vida. Como Gerontólogo, creó tiempo para las personas ancianas, proporcionando medidas de confort en el ocaso de sus años.
Pero la imagen más prominente que tengo de él es la de Han, erguido y firme, justo afuera de una cueva natural que se había transformado en el Campamento de la Libertad de Sumud, en las Colinas del Sur de Hebrón en Cisjordania. Nuestro grupo de diez personas de la Delegación Palestina de ECAP acababa de pasar la noche en la cueva, envueltos en mantas de lana sobre esteras de espuma. Habíamos dormido tranquilamente, una noche silenciosa salpicada solo por ronquidos, rebuznos de burros y balidos de ovejas y de cabras del cercano pueblo de at-Tuwani. Cuando salimos de la cueva por la mañana, el aire fresco nos envolvió y el sol se elevó hacia el cielo, trayendo luz y nueva vida a las interminables colinas. Nuestres anfitriones nos habían preparado tazas de fuerte café negro árabe y endulzado, para darle un toque extra a la realidad del día. Les pastores pronto llevarían a sus rebaños a pastar en las laderas al fresco del día. Guiades por Henk, nuestras voces estallaron en una canción, y la voz de Han se escuchaba bien fuerte, «Ha amanecido, como la primera mañana…», invocando sentimientos de paz, unidad, amistad universal y confianza. Eso fue hace un año, y ahora, nuestra realidad actual es una pandemia furiosa que busca destruir y cobrar la vida de aquellas personas cercanas y queridas para nosotres, incluido Han. Pero seca tus lágrimas. ¡No llores! Ellas han sido introducidas en el nuevo amanecer. Su mañana ha llegado…